17/7/20

El Rasputín bananero

El Rasputín bananero
Apuntes de cuarentena; parte 16.

Fue ganando fama de Rasputín por ser uno de los principales consejeros de la casa mayor del reino bananero, de ahí es que se le conoce como el Rasputín bananero.

El mal aura y su entresijo desdeñable le acompañan por doquier dejando una estela de ijillo como el que emanan los muertos, deriva ese olor porque se dice que es el efecto de tener el alma podrida y por ser un fulano de mala entraña al extremo.


A diferencia de Grigori Rasputín el mítico consejero ruso de los Romanov de hace cien años, el que todos conocemos, este Rasputín del que les hablo no tiene una barba enmarañada, sino mas bien, las mechas largas, alisadas y bien peinadas, no obstante su mirada siempre es turbia generando una impresión de mal agüero.

El Rasputín bananero más bien es un chango bien vestido, pero a pesar de sus finas ropas no deja de ser chango.

Antes de convertirse en lo que hoy es quiso ser uno de los famosos e histriónicos lectores de bandos de las plazas del reino, pero no llegó a ser más que el segundo aprendiz del interino del suplente de uno de ellos.

Al pasar los años se hizo payaso y después de rebotar de circo en circo logró arrastrarse como el bufón díscolo del rey Bizco, pues le causaba gracia morbosa al verlo pasearse de un lado a otro en la casa mayor.

A pesar de ser un payaso de medias tintas su estilo era ser un trampa de contemplación oscura, ocultando su ignominia con un aire de prepotencia y al parecer eso le funcionó.

Al corto tiempo además de ser un bufón de chistes agrios logró ascender a consejero y asesor del rey, aprendió los artes del juego del tiki-tiki y las redes de voces de la gente, fue experto en la rumorología y a su vez un buen masajista de pies del rey y de sus genitales también. Razón que le catapultó la confianza del monarca, evidentemente por eso es que le obsequiaron pisos de mármol, carretas nuevas y más de algún alijo de agasajo.

Poco a poco se fue cultivando en las macabras técnicas del trabajo sucio, incluso llegó a ser el alquimista del reino instruyéndose en el arte de extorsionar usando bolas de cristal de plomo tal como lo hacía el Condestable del virreinato del sur, aunque el Rasputín bananero lo hacía de forma chapucera.

Este es un cuento insólito pues este personaje después de ser un simple bufón, un payaso de plazuela, se convirtió en uno de los consejeros del rey Bizco; sin embargo, como a todo rey al Bizco le llegó su hora, cayó a los pocos años en desgracia, empero el Rasputín bananero ya era un fulano hecho y derecho, saliendo bien librado del séquito del despotricado rey, a quien por caerle bien y, sin duda, por el buen trato que hizo de sus encajes le recomendó por ser el oprobio perfecto.

Fue así que conoció al amo de las cavernas y futuro rey Trol, desde entonces se convirtió es su sombra, el que le secretea al oído, quien camina a su lado en plena campaña de guerra, siendo el señor de los chantajes y las murmuras.

El otrora arrastrado ahora alucina con perfumes, jubones y capas ostentosas, sin comprender que de nada le sirve todo eso, pues siempre hiede a excremento fresco.

Por más que use las mejores colonias y esencias siempre emana a fétido, siendo una combinación de malos olores entre cadáver descompuesto, sobaco sucio y culo sudoroso con poca higiene.

La gente que por casualidad se topa con él suele verle de reojo, tratando de esquivar su paso tapándose la nariz con disimulo y cuidándose de no ser visto junto a semejante paria, o peor aún, que le guarden imagen de su retrato en la bola de cristal que lleva escondida, porque hoy en día ya no es bufón sino mas bien alquimista.

El Rasputín bananero no cesa de repetirse en voz baja a sí mismo la consigna: “muere el rey, ¡viva el rey!”.


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