Hace
muchos años cuando reporteaba como periodista siempre estuve a la caza de fotos
e historias insólitas, así fotografié muchas escenas de jóvenes pandilleros en
sus entornos, de igual forma cantidad de asesinatos consumados, escenas donde
retrataba la pobreza extrema.
Entre
las coberturas que más odiaba hacer eran los actos políticos, me resultaba repugnante
darle notoriedad a una clase de gente tan falsa y patética, responsables inequívocos
de los males que nos aquejan a lo largo de la historia a nosotros, los
ciudadanos comunes y corrientes.
Pero
a veces los jefes y las mesas editoras pedían notas y fotos que no fuesen con
tanta carga política como las que solía enviar, era de esta manera que
hacía por algunos días “notas de color”, como se les suele decir a este tipo de
práctica periodística.
Me
tomaba todo el día para caminar con cámara y libreta en mano en el centro de la
ciudad, ahí encontraba a las señoras vendedoras pregonando, o bien, las áreas
donde estaban los comedores pues los temas culinarios siempre son bien
apreciados para este tipo de género.
Sin
embargo les soy sincero, mi lugar preferido era el barrio El Calvario, donde
estaba la parroquia Somasca, más conocida por el mismo nombre El Calvario, allí
encontraba una riqueza de insumos originales y únicos, en especial en sus
alrededores, a un costado estaba
el pasaje Cañas de libre comercio donde veía zapatos, ropa deportiva, bisuterías,
maniquíes con sus lencerías bien talladitas, entre tantas cosas.
Al
otro costado de la iglesia era aun más interesante, atinaba los puestos de hierbas medicinales, donde
estaban las personas versadas en tradicionales hechizos y conjuros para todo
tipo de ocasión. Se distinguían rápido por los canastos llenos de especies,
entre ellas jengibre, cúrcuma, chichipince,
uña de gato, zarzaparrilla y quina roja; también colgaban desde los techos
camándulas, rosarios, candelas retorcidas como columnas salomónicas y cuentas
con ojos de venado entrelazados.
En
los escaparates habían sales de alcanfor y ungüentos de consuelda y metilo,
entre tantos menjurges que solían tener, al fondo de algunos de estos puestos
habían unos cubículos improvisados con velachos de plástico y retazos de tablones donde leían en
privado el futuro a través de las cartas, o bien, realizaban algún ritual
hechicero, no obstante hasta ahí nunca entré, mi curiosidad no daba para tanto.
Al final de mi recorrido solía ir a la
iglesia El Calvario. Esa vez en particular recuerdo que era un atardecer veraniego
de esos que dan luces mágicas al ocaso, entonces viéndome tentado por los haces
que penetraban a través de los vitrales ingresé al templo; y en verdad en esa ocasión el
interior lo encontré coloquial en sonidos y colores embriagantes a los
sentidos, tanto, que lograba escuchar al
detalle los murmullos de las querencias de la gente pidiendo a Diosito y a la
virgen por sus dolencias y preocupaciones: La madre rezando por el hijo que se había
ido tres meses atrás como indocumentado a Estados Unidos y aun no sabía nada de
él, la abuelita pidiendo que apareciese su nieta secuestrada por las pandillas,
el papá arrodillado angustiado por no poder llevar la cena a su familia al
final de la jornada.
No
sé cómo, pero todo lo podía escuchar. Me imaginé en ese instante el suplicio de
ser Dios con tantas querellas de gente necesitada, entrándome de repente
un sentimiento culposo por la vida de excesos que a veces llevaba; vi de
repente así de reojo un confesionario y me dije a mi mismo: ¿Por qué no?
Después de todo no había descargado mis pecados desde que hice mi sacramento de
confirmación al final de mi adolescencia.
Entré
entonces a ese confesionario que era como un roperón viejo de madera de caoba sin
cielo, tenía algunas entradas de luz a los costados, adentro tras una rejilla
estaba un hombre que me dijo para mi sorpresa:
–¿Tu eres Max el periodista, verdad?
–Sí –respondí perplejo.
–Te he observado varias veces cuando vienes de fisgón con esa tu
cámara.
–Me quisiera confesar –le
repliqué.
–Hoy no. No es el tiempo para tu confesión, al menos aun no, más bien
vas a escuchar lo que tenga que relatarte
–hubo un corto silencio y sin dejarme reaccionar continuó– vas a venir todos los jueves a esta hora y
entrarás a este confesionario, quiero que registres como periodista lo que tenga que decir, siempre y
cuando guardes mi anonimato, si estás de acuerdo con mi condición te espero el
próximo jueves.
–Claro que sí –le dije, y me
quedé en silencio esperando a que dijera algo más, sin embargo, después de unos
minutos noté que se había ido el extraño sin percatarme de su salida. Abrí la
puerta del reducido cubículo y vi de nuevo el interior de la iglesia, nadie me
observaba, el tipo había desaparecido como humo.
A
la semana siguiente hice lo indicado por aquella voz extraña, llegué justo al
cierre crepuscular y entré al mismo confesionario donde estaba esperándome.
Pasaron
así los meses hasta que hubo un jueves que ya no le encontré, no sé porqué, ya
que a lo largo de todas sus confesiones me daba a entender que eran interminables sus
historias, una cada jueves de los que estuve yendo.
Corrieron los
años y nunca encontré tiempo ni espacio para publicar todas esas cosas que me
contó. Hasta ahora, en estos largos días de encierro y confinamiento que vivo a
causa de la pandemia del coronavirus, es así que aprovecho a transcribir todas
estas narraciones a las que denomino: “Apuntes
de Cuarentena”; de esta manera es que les doy fe sobre todo lo que registró mi grabadora, uno por uno, los archivos de aquella voz tenue y anónima que
tantas cosas extraordinarias me contó.
parte 4. La maldición de los cazadores del unicornio.
parte 5. Los López zopilotes.
parte 6. El pequeño Baba.
parte 7. Garbito.
parte 8. Balduino el descuartizador.
parte 9. El burro del barrio de allá abajo.
parte10. La balada del Tío Payo
parte 11. El viejo del sombrerón.
parte 13. Diego de Landa.
parte 14. Acerino.
parte 15. El Condestable.
parte 16. El Rasputín bananero
parte 5. Los López zopilotes.
parte 6. El pequeño Baba.
parte 7. Garbito.
parte 8. Balduino el descuartizador.
parte 9. El burro del barrio de allá abajo.
parte10. La balada del Tío Payo
parte 11. El viejo del sombrerón.
parte 13. Diego de Landa.
parte 14. Acerino.
parte 15. El Condestable.
parte 16. El Rasputín bananero
Excelente texto, muy exquisito, me gustaría compartirlo en mi revista. Con tu permiso podría publicarlo, comparto mis espacios en redes sociales y en la web. Mira nuestros espacios y si gustas lo publicamos en nuestros formatos. quedamos atentos
ResponderEliminarSaludos Cordiales
Lui F. Sembergman, Revista La Bitácora
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Perdone don Luis que no le contestara antes, gracias por sus palabras, y sí, puede utilizarlo, solamente que me da los créditos y ya.
EliminarLa voz anónima de El Calvario
ResponderEliminarTiene una firmeza al escribir que llama la atención. Me gustaría compartirlo en los sitios de mi revista: http://www.revistalabitacora.co/
Saludos Cordiales