Erase una
vez hace cien años un bandolero cosaco del otro lado de la cuenca del río Don, quien
se hacía llamar “el Robin Hood de los
bosques del Cáucaso”. Se hizo famoso por robarle oro a los ricos y dárselo luego
a sus apandillados, quienes lo coronaron más tarde rey de los pobres y a los pocos
años después emperador.
No obstante Acerino
jamás dejó de ser un sagaz espadón malhechor. El silencio siempre fue su mejor
ataque. “Perro que ladra no muerde”, le explicaba a uno de sus camaradas de
confianza, afirmándole seguido con una leve sonrisa y en voz baja, “yo no
ladro”.
Para él su meteórico
ascenso a emperador fue como un juego de ajedrez, su estilo era mover rápido y agresivo
sus piezas, sacrificándolas por un bien mayor, siempre terminaba haciendo
trampa moviendo dos o tres veces a la vez; su mirada desconcertaba y calculaba asertivo
los pasos del contrario.
Para Acerino
la lealtad no era un valor, sino, un síndrome que padecían los canes.
Fue
emperador por tres décadas y bajo su mandato fortaleció más que nunca al
imperio, convirtiéndolo en el más grande del mundo y de todos los tiempos
también. Soportó el asedio de los ejércitos cruzados porque tenía el mote de ser
él la viva presencia del demonio en la tierra.
Se jactaba
de ser el gran padre del imperio, pero su hijo le temían con gran pavor, su
hija huyó de él, a su nuero lo esclavizó y envió a un campo de la muerte, su
esposa se suicidó al ver lo ruin que era. Todo lo que tocaba lo arruinaba, solo
se necesitaba una turbia mirada de Acerino para esparcir la semilla de la
desconfianza por doquier, haciendo que los hijos traicionaran a sus padres y
hermanos, o viceversa.
Sus esbirros
eran los más astutos, sus espías los más cacos, sus tropas las más numerosas y
mejor armadas. Sus soldados eran los más bravos y corajudos en combate, pero no
porque fueran leales a él, sino más bien, porque le tenían más pánico a sus
represalias que a los adversarios mismos. Entre las filas de su armada existía
la paranoia de que fuesen señalados de traidores por los comisarios de Acerino,
el espadón del Cáucaso.
Su ataque
preferido era enviar topos a sus enemigos para que estos hicieran hoyos bajo
las bases de sus atalayas. Al igual que el tío Payo, él creía a ciegas en el conocido
proverbio de San Gabo, que versa: Si la caca tuviese un valor los pobres
nacerían sin culo.
Acerino
llegó a ser emperador de siete mil veces siete millones de gentes, sus
decisiones afectaban, dicho en forma literal, a todo el mundo.
Cuando llegó
a la cúspide de su poder fue en ese instante el principio de su fin, al menos de
sus días mortales ya que él aun vive pero en otra dimensión, asechando como un
fantasmón oscuro.
Solo un
error cometió Acerino y eso le bastó para conocer la muerte. Fue un buen día
que se sintió arrogante más que nunca y amenazó con una nueva purga a su misma
gente, entonces todo su sequito no paraban de preguntarse esa larga noche a sí
mismos: ¿Seré yo?
Entonces
como por arte de magia, como si todos se hubiesen puesto de acuerdo acertaron
en asesinarle antes de que comenzara a hablar al día siguiente.
Le
envenenaron más de seis veces; en el agua, en el desayuno, en el té, en la
limonada, en la merienda y en el pollo con nueces del almuerzo; hasta que al final
sucumbió, cayó al suelo retorciéndose, se meo, pero aun así vivía y no cerraba
los ojos.
Ningún
curandero le fue a ver, ningún sirviente le asistió, tampoco sus esbirros
llegaron, entonces poco a poco Acerino dejó este plano existencial, convirtiéndose
nada más que en un demonio de cafetín, en un espectro trasnochado, en un
espanto de bigote pelirrojo quien empuña amenazante un espadón retorcido.
parte 4. La maldición de los cazadores del unicornio.
parte 5. Los López zopilotes.
parte 6. El pequeño Baba.
parte 7. Garbito.
parte 8. Balduino el descuartizador.
parte 9. El burro del barrio de allá abajo.
parte10. La balada del Tío Payo
parte 11. El viejo del sombrerón.
parte 12. La voz anónima de El Calvario.
parte 13. Diego de Landa.
parte 15. El Condestable.
parte 16. El Rasputín bananero
parte 17. El Agasajo.
parte 5. Los López zopilotes.
parte 6. El pequeño Baba.
parte 7. Garbito.
parte 8. Balduino el descuartizador.
parte 9. El burro del barrio de allá abajo.
parte10. La balada del Tío Payo
parte 11. El viejo del sombrerón.
parte 12. La voz anónima de El Calvario.
parte 13. Diego de Landa.
parte 15. El Condestable.
parte 16. El Rasputín bananero
parte 17. El Agasajo.
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