24/7/20

¿Cómo será el siglo XXII?

¿Cómo será el siglo XXII?

Hace 100 años la gente se preguntaba: ¿Cómo será el siglo XXI? Hace un siglo terminaba la segunda revolución industrial y la máquina de vapor cedía ante los motores de combustión. Hace 100 años terminaba la primera guerra mundial y el mundo pretendía nunca más enfrentarse a esa escala fundando la Liga de las Naciones.

Durante esa época se leía mucho a Julio Verne, novelista de ciencia ficción quien visualizaba al humano yendo a la luna y viajando en submarinos atómicos; sin embargo, Lo que no definía el reconocido literato futurista era cuánta injusticia habría y cuán grande sería la diferencia entre pobres y ricos.

Hace cien años la gripe española mató a más de 20 millones de personas (los más pobres) y de igual forma las revoluciones rusa y mexicana desconcertaron a las sociedades occidentales que idealizaban un siglo XX prometedor, libre de esclavitud y con avances científicos que llevarían a la humanidad a magnos destinos.

Sin duda las elites prusianas, belgas, inglesas, francesas y estadounidense, se imaginaban el futuro como una bonanza casi infinita que les permitiría las más modernas extravagancias gracias al desarrollo industrial, bajando el costo de la producción en masa y generando ganancias exorbitantes; todo gracias a las libertades del mercado.

No obstante lo que sucedió fue que “la mano invisible del sistema” (como la llamaba Adam Smith), no funcionó y creó en la tercera década del siglo XX el colapso económico del mercado y la gran recesión.

Seguido se vino la agresividad entre las potencias, desencadenando inevitable a los pocos años el apocalipsis, la segunda guerra mundial. Stalin y Mao por su parte mataron o enviaron a campos de “reeducación” a más de 100 millones de personas en nombre de la defensa de la revolución.

A mediados del siglo llegó la era nuclear y la guerra fría marcó el pulso de las siguientes cuatro décadas, en un estira y encoge entre dos formas tiránicas de concebir el poder y el mundo, comunismo o capitalismo.

En los últimos treinta años la digitalización y la informática marcaron el rumbo, hoy en día no se mueve nada en el mundo si no es gracias a los satélites, computadores, robótica e inteligencia artificial.


Pero a pesar de los avances tecnológicos el COVID 19 nos sorprende, al igual que hace 100 años con la gripe española, golpeando a los más vulnerables, a los pobres. Denotando que la brecha entre las desigualdades sociales nunca cambia a pesar de los adelantos científicos.

El cambio climático no es un fenómeno nuevo, siempre ha existido, no obstante nosotros lo estamos acelerando por el mal uso de los energéticos y los recursos.
El sobre calentamiento del planeta no solo afecta a los elementos, también a las plantas y a los animales, en resumen a la estabilidad de las especies incluyendo a los humanos.

Les cuento, hace unos días hice la dinámica de preguntar a muchos adolescentes ¿cómo figuran a la humanidad en el siglo XXII? Y la respuesta fue unánime y categórica: Apocalíptico.

Julio Verne escribió un libro que no quiso publicar (París en el siglo XX), el cual fue impreso por su bisnieto Jean Verne en 1994, en el cual el reconocido literato de ciencia ficción del siglo antepasado describía a una humanidad que aborrecía la poesía y el teatro, dominada por el dinero y las ciencias exactas.

El genio de este escritor nunca deja de asombrarnos, pero la pregunta es: ¿Por qué Julio Verne no quiso publicar ese libro? Será porque él sabía que por más que la humanidad desarrollase tecnología siempre llevará consigo el lastre de la avaricia, la soberbia y la poca conciencia social; una verdad que muchos no están dispuestos a comprar.

¿Cómo será el siglo XXII? Sin duda las ciudades construidas con grafeno se verán hermosas, las personas nacerán mejoradas genéticamente, la transportación de un lugar a otro será casi instantánea y los computadores personales serán cuánticos.



17/7/20

El Rasputín bananero

El Rasputín bananero
Apuntes de cuarentena; parte 16.

Fue ganando fama de Rasputín por ser uno de los principales consejeros de la casa mayor del reino bananero, de ahí es que se le conoce como el Rasputín bananero.

El mal aura y su entresijo desdeñable le acompañan por doquier dejando una estela de ijillo como el que emanan los muertos, deriva ese olor porque se dice que es el efecto de tener el alma podrida y por ser un fulano de mala entraña al extremo.


A diferencia de Grigori Rasputín el mítico consejero ruso de los Romanov de hace cien años, el que todos conocemos, este Rasputín del que les hablo no tiene una barba enmarañada, sino mas bien, las mechas largas, alisadas y bien peinadas, no obstante su mirada siempre es turbia generando una impresión de mal agüero.

El Rasputín bananero más bien es un chango bien vestido, pero a pesar de sus finas ropas no deja de ser chango.

Antes de convertirse en lo que hoy es quiso ser uno de los famosos e histriónicos lectores de bandos de las plazas del reino, pero no llegó a ser más que el segundo aprendiz del interino del suplente de uno de ellos.

Al pasar los años se hizo payaso y después de rebotar de circo en circo logró arrastrarse como el bufón díscolo del rey Bizco, pues le causaba gracia morbosa al verlo pasearse de un lado a otro en la casa mayor.

A pesar de ser un payaso de medias tintas su estilo era ser un trampa de contemplación oscura, ocultando su ignominia con un aire de prepotencia y al parecer eso le funcionó.

Al corto tiempo además de ser un bufón de chistes agrios logró ascender a consejero y asesor del rey, aprendió los artes del juego del tiki-tiki y las redes de voces de la gente, fue experto en la rumorología y a su vez un buen masajista de pies del rey y de sus genitales también. Razón que le catapultó la confianza del monarca, evidentemente por eso es que le obsequiaron pisos de mármol, carretas nuevas y más de algún alijo de agasajo.

Poco a poco se fue cultivando en las macabras técnicas del trabajo sucio, incluso llegó a ser el alquimista del reino instruyéndose en el arte de extorsionar usando bolas de cristal de plomo tal como lo hacía el Condestable del virreinato del sur, aunque el Rasputín bananero lo hacía de forma chapucera.

Este es un cuento insólito pues este personaje después de ser un simple bufón, un payaso de plazuela, se convirtió en uno de los consejeros del rey Bizco; sin embargo, como a todo rey al Bizco le llegó su hora, cayó a los pocos años en desgracia, empero el Rasputín bananero ya era un fulano hecho y derecho, saliendo bien librado del séquito del despotricado rey, a quien por caerle bien y, sin duda, por el buen trato que hizo de sus encajes le recomendó por ser el oprobio perfecto.

Fue así que conoció al amo de las cavernas y futuro rey Trol, desde entonces se convirtió es su sombra, el que le secretea al oído, quien camina a su lado en plena campaña de guerra, siendo el señor de los chantajes y las murmuras.

El otrora arrastrado ahora alucina con perfumes, jubones y capas ostentosas, sin comprender que de nada le sirve todo eso, pues siempre hiede a excremento fresco.

Por más que use las mejores colonias y esencias siempre emana a fétido, siendo una combinación de malos olores entre cadáver descompuesto, sobaco sucio y culo sudoroso con poca higiene.

La gente que por casualidad se topa con él suele verle de reojo, tratando de esquivar su paso tapándose la nariz con disimulo y cuidándose de no ser visto junto a semejante paria, o peor aún, que le guarden imagen de su retrato en la bola de cristal que lleva escondida, porque hoy en día ya no es bufón sino mas bien alquimista.

El Rasputín bananero no cesa de repetirse en voz baja a sí mismo la consigna: “muere el rey, ¡viva el rey!”.


13/7/20

El Condestable

El Condestable
 Apuntes de cuarentena; parte 15.

Esta es la historia de un caballero gris, eso sí, un gris más oscuro que claro. Era la mano de un virrey, pero no cualquier mano ni cualquier virreinato, estos eran los dominios colosales donde el cóndor vuela infinito sobre las interminables sierras blancas, sobre los desiertos, arriba de las selvas inmensas y los caudales de los largos ríos de aguas silentes.

Este territorio lo tenía todo: Bosques, tundras, altas y medias montañas, volcanes ardientes, áridos parajes, altiplanos y ensenadas tropicales de colores.

El Condestable era el señor de múltiples caras, el concejero, el lord de los murmullos y los secretos. Era un camaleón, no de simples camuflajes, sino, de formas corporales y lenguajes metafóricos.


Cuando alguna persona hablaba con él no sabía si a ciencia cierta se dirigía a su rostro o alguna mascarada de las tantas que usaba.

Su amo y a quien servía era el Virrey Oblicuo, el de los ojos rasgados, un chusco desgraciado quien a duras penas respetaba, ya que al virrey solo le gustaba la vida cortesana, las pompas y modelar su séquito de adulones.

En cambio el Condestable tenía un poder en particular, único, y era que tenía la habilidad alquímica de grabar recuerdos. En particular guardaba escenas de la vida real en una esfera de cristal de plomo, luego extorsionaba a los nobles incautos con mostrar al público los resbalones de éstos.

Guardaba en su esfera de cristal las caídas en el fango de muchas gentes, de cómo se revolcaban entre el lodo y la caca; siendo embarazoso para quien fuese pillado por la magia del Condestable, el mandador de las ignominias y las mazmorras de aquel virreinato.

Empero había un precio a pagar por ser el poder atrás del trono, su costo estribaba en no merecer ser visto en su apariencia tal cual era él, por lo que se mostraba ante la gente siempre disfrazado para no ser reconocido, usando peluquines y ropajes que no le eran de su agrado.

Fue dueño de varios palacetes que se unían entre sí por medio de túneles y pasadizos secretos, y cualquiera pudiese haber creído que vivía con grandes ostentaciones, en apariencia sí pero en realidad no.

El muy ruin dentro de esa compleja estructura intrincada, solo tenía como morada un cuarto reducido y desordenado, eso sí, a un costado había un amplio baño recubierto de mármol negro, reluciente y fastuoso donde veía como fisgón, mientras defecaba, los recuerdos que guardaba día a día en su bola de cristal de plomo, el talismán mágico donde recaudaba su poder.

Pero hubo una vez que fue traicionado por una señora de su confianza, una mujer empleada de él, quien no soportó la conducta oprobia del Condestable, ella robó su esfera de cristal y la mostró en la plaza mayor, para que cualquiera la pudiese ver, enterándose así todo el mundo lo sin vergüenza que era, no solo él, sino, el virrey también.

El Virrey Oblicuo ponía tanta confianza en el Condestable que cuando se supo de su falta de decoro contra la aristocracia, los accidentados y resbalados nobles del virreinato pidieron la cabeza de ambos, por ser los dos uña y carne, por estar unidos y ser inseparables portadores de la mugre.

Los dos huyeron, el Oblicuo se refugió donde sus ancestros al otro lado del mundo, el Condestable a los territorios vecinos del Rey Topo, quien al final lo entregó como un truhan de poca monta, lavándose las manos a pesar de haber hecho negocios del agasajo con él.

Ambos fueron atrapados y llevados ante los tribunales del virreinato, los carearon, luego los jueces los confinaron a estar en las mazmorras de por vida.

Y es ahí donde termina este cuento, porque los que se resbalaron y revolcaron entre las heces decidieron que no se contara mas sobre el asunto, que no se mostraran sus chascos ocultos, sus embarradas, no obstante no contaban que siempre guardarían consigo al andar, entre sus sobacos y encajes, el olor delator e inconfundible de la mismísima mierda.


7/7/20

Acerino

Acerino
Apuntes de cuarentena; parte 14.

Erase una vez hace cien años un bandolero cosaco del otro lado de la cuenca del río Don, quien se hacía llamar “el Robin Hood de los bosques del Cáucaso”. Se hizo famoso por robarle oro a los ricos y dárselo luego a sus apandillados, quienes lo coronaron más tarde rey de los pobres y a los pocos años después emperador.

No obstante Acerino jamás dejó de ser un sagaz espadón malhechor. El silencio siempre fue su mejor ataque. “Perro que ladra no muerde”, le explicaba a uno de sus camaradas de confianza, afirmándole seguido con una leve sonrisa y en voz baja, “yo no ladro”.



Para él su meteórico ascenso a emperador fue como un juego de ajedrez, su estilo era mover rápido y agresivo sus piezas, sacrificándolas por un bien mayor, siempre terminaba haciendo trampa moviendo dos o tres veces a la vez; su mirada desconcertaba y calculaba asertivo los pasos del contrario.

Para Acerino la lealtad no era un valor, sino, un síndrome que padecían los canes.

Fue emperador por tres décadas y bajo su mandato fortaleció más que nunca al imperio, convirtiéndolo en el más grande del mundo y de todos los tiempos también. Soportó el asedio de los ejércitos cruzados porque tenía el mote de ser él la viva presencia del demonio en la tierra.

Se jactaba de ser el gran padre del imperio, pero su hijo le temían con gran pavor, su hija huyó de él, a su nuero lo esclavizó y envió a un campo de la muerte, su esposa se suicidó al ver lo ruin que era. Todo lo que tocaba lo arruinaba, solo se necesitaba una turbia mirada de Acerino para esparcir la semilla de la desconfianza por doquier, haciendo que los hijos traicionaran a sus padres y hermanos, o viceversa.

Sus esbirros eran los más astutos, sus espías los más cacos, sus tropas las más numerosas y mejor armadas. Sus soldados eran los más bravos y corajudos en combate, pero no porque fueran leales a él, sino más bien, porque le tenían más pánico a sus represalias que a los adversarios mismos. Entre las filas de su armada existía la paranoia de que fuesen señalados de traidores por los comisarios de Acerino, el espadón del Cáucaso.

Su ataque preferido era enviar topos a sus enemigos para que estos hicieran hoyos bajo las bases de sus atalayas. Al igual que el tío Payo, él creía a ciegas en el conocido proverbio de San Gabo, que versa: Si la caca tuviese un valor los pobres nacerían sin culo.

Acerino llegó a ser emperador de siete mil veces siete millones de gentes, sus decisiones afectaban, dicho en forma literal, a todo el mundo.

Cuando llegó a la cúspide de su poder fue en ese instante el principio de su fin, al menos de sus días mortales ya que él aun vive pero en otra dimensión, asechando como un fantasmón oscuro.

Solo un error cometió Acerino y eso le bastó para conocer la muerte. Fue un buen día que se sintió arrogante más que nunca y amenazó con una nueva purga a su misma gente, entonces todo su sequito no paraban de preguntarse esa larga noche a sí mismos: ¿Seré yo?

Entonces como por arte de magia, como si todos se hubiesen puesto de acuerdo acertaron en asesinarle antes de que comenzara a hablar al día siguiente.

Le envenenaron más de seis veces; en el agua, en el desayuno, en el té, en la limonada, en la merienda y en el pollo con nueces del almuerzo; hasta que al final sucumbió, cayó al suelo retorciéndose, se meo, pero aun así vivía y no cerraba los ojos.

Ningún curandero le fue a ver, ningún sirviente le asistió, tampoco sus esbirros llegaron, entonces poco a poco Acerino dejó este plano existencial, convirtiéndose nada más que en un demonio de cafetín, en un espectro trasnochado, en un espanto de bigote pelirrojo quien empuña amenazante un espadón retorcido.