13/7/20

El Condestable

El Condestable
 Apuntes de cuarentena; parte 15.

Esta es la historia de un caballero gris, eso sí, un gris más oscuro que claro. Era la mano de un virrey, pero no cualquier mano ni cualquier virreinato, estos eran los dominios colosales donde el cóndor vuela infinito sobre las interminables sierras blancas, sobre los desiertos, arriba de las selvas inmensas y los caudales de los largos ríos de aguas silentes.

Este territorio lo tenía todo: Bosques, tundras, altas y medias montañas, volcanes ardientes, áridos parajes, altiplanos y ensenadas tropicales de colores.

El Condestable era el señor de múltiples caras, el concejero, el lord de los murmullos y los secretos. Era un camaleón, no de simples camuflajes, sino, de formas corporales y lenguajes metafóricos.


Cuando alguna persona hablaba con él no sabía si a ciencia cierta se dirigía a su rostro o alguna mascarada de las tantas que usaba.

Su amo y a quien servía era el Virrey Oblicuo, el de los ojos rasgados, un chusco desgraciado quien a duras penas respetaba, ya que al virrey solo le gustaba la vida cortesana, las pompas y modelar su séquito de adulones.

En cambio el Condestable tenía un poder en particular, único, y era que tenía la habilidad alquímica de grabar recuerdos. En particular guardaba escenas de la vida real en una esfera de cristal de plomo, luego extorsionaba a los nobles incautos con mostrar al público los resbalones de éstos.

Guardaba en su esfera de cristal las caídas en el fango de muchas gentes, de cómo se revolcaban entre el lodo y la caca; siendo embarazoso para quien fuese pillado por la magia del Condestable, el mandador de las ignominias y las mazmorras de aquel virreinato.

Empero había un precio a pagar por ser el poder atrás del trono, su costo estribaba en no merecer ser visto en su apariencia tal cual era él, por lo que se mostraba ante la gente siempre disfrazado para no ser reconocido, usando peluquines y ropajes que no le eran de su agrado.

Fue dueño de varios palacetes que se unían entre sí por medio de túneles y pasadizos secretos, y cualquiera pudiese haber creído que vivía con grandes ostentaciones, en apariencia sí pero en realidad no.

El muy ruin dentro de esa compleja estructura intrincada, solo tenía como morada un cuarto reducido y desordenado, eso sí, a un costado había un amplio baño recubierto de mármol negro, reluciente y fastuoso donde veía como fisgón, mientras defecaba, los recuerdos que guardaba día a día en su bola de cristal de plomo, el talismán mágico donde recaudaba su poder.

Pero hubo una vez que fue traicionado por una señora de su confianza, una mujer empleada de él, quien no soportó la conducta oprobia del Condestable, ella robó su esfera de cristal y la mostró en la plaza mayor, para que cualquiera la pudiese ver, enterándose así todo el mundo lo sin vergüenza que era, no solo él, sino, el virrey también.

El Virrey Oblicuo ponía tanta confianza en el Condestable que cuando se supo de su falta de decoro contra la aristocracia, los accidentados y resbalados nobles del virreinato pidieron la cabeza de ambos, por ser los dos uña y carne, por estar unidos y ser inseparables portadores de la mugre.

Los dos huyeron, el Oblicuo se refugió donde sus ancestros al otro lado del mundo, el Condestable a los territorios vecinos del Rey Topo, quien al final lo entregó como un truhan de poca monta, lavándose las manos a pesar de haber hecho negocios del agasajo con él.

Ambos fueron atrapados y llevados ante los tribunales del virreinato, los carearon, luego los jueces los confinaron a estar en las mazmorras de por vida.

Y es ahí donde termina este cuento, porque los que se resbalaron y revolcaron entre las heces decidieron que no se contara mas sobre el asunto, que no se mostraran sus chascos ocultos, sus embarradas, no obstante no contaban que siempre guardarían consigo al andar, entre sus sobacos y encajes, el olor delator e inconfundible de la mismísima mierda.


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