La vaca sagrada
Apuntes de cuarentena; parte 2.
A cada
mañana le abrían el falso cerco para que anduviera en su liberto andar aquella
señora vaca, de seguro porque no querían que se terminara el pasto de la
fincona ella sola, ya que era gorda, glotona y descomedida, sin importarle de
forma alguna sus otras compañeras bestias.
Al nomás
darle rienda suelta, como vaca cola parada se iba derechito al mercado del
pueblo porque ahí encontraba de todo, ni se detenía en los botaderos de los
comedores de los pobres, negándose a cohabitar con los cuches, las gallinas o
los patos de los jornaleros de los vecinales, mas bien, ella se dirigía directa
la muy desvergonzada donde la gente exhibía las ventas de verduras y legumbres
frescas.
Por lo
general comenzaba por las carretas de alcaparras y los canastos de repollo,
luego se iba campante a los puestos de hierba buena, cilantro, perejil,
espinaca, rábanos y zanahorias.
Mientras andaba
de puesto en puesto botando los velachos de nylon con que la gente se
resguardaba del abrazador sol y la lluvia, volteaba las mesas y los taburetes, destripando
con sus patas pesadas las sandías, papayas y melones, que rodaban por el
desparpajo que armaba su marcha torpe
y turulata.
“¡Va la
vaca!”, gritaba la gente en el mercado advirtiéndose entre sí para evitar
mayores perjuicios; sin embargo, nadie se atrevía a arriarla hacia fuera o a darle un
buen leñazo pues era una vaca sagrada, la inmaculada señora ama de todas las bovinas,
la que mugía y las personas se movían ampliándole la vía a su desplayado andar.
La susodicha vaca se ganó la consagración desde su época
de ternera coscolina de todos aquellos llanos, rebosantes por doquier del ganado
de pezuña hendida, propiedad del establo de la Finca “La Jacobina”, la de
inviernos copioso y tormentosos, en este templado valle de las hamacas de la
zona media de las Américas.
De jovencita
la piropeaban como “la vaquita con botas”; por coqueta, por sus patas pintas y
cascos ligeros. No obstante, no todo era mérito propio, también su hermano héroe y mártir le echaba
una pata, rumeando su fama porque él era admirado y memorado en saetas y coplas;
cantaban las trovas que había sucumbido luchando como toro bravío a manos de un
montado lancero rejoneador, en una de esas famosas corridas de toros que hubo en
la arena del pueblo, no antes de llevarse en su haber a siete toreros corneados
y pateados, entre banderilleros, picadores y dos matadores.
Al final,
sucedió lo que tenía que pasar, después de treinta años el pueblo creció
desbordante y la gente se terminó hastiando de la vaca sagrada. Las personas se
asquearon de verla cagarse en los andenes, portales y frente al panteón, o
bien, en la principal calzada municipal donde dejaba flatulenta todas esas mugrosidades
desparramadas.
Entonces,
fue así que llegó el rey Trol con su sequito de adulones, quienes agarraron a
patadas a la otrora vaca sagrada, nadie se opuso mientras la revolcaban vetarra
llevándola a rastras por los zanjones que conducían a La Jacobina, su finca
donde tampoco la querían por ser atorrante y pedorra.
Y bueno… Bien
colorín colorado, este cuento les he contado.
Apuntes de cuarentena,
parte 1. Indroducción o Introspección.
parte 3. El rey Trol.
parte 4. La maldición de los cazadores del unicornio.
parte 5. Los López zopilotes.
parte 6. El pequeño Baba.
parte 7. Garbito.
parte 8. Balduino el descuartizador.
parte 1. Indroducción o Introspección.
parte 3. El rey Trol.
parte 4. La maldición de los cazadores del unicornio.
parte 5. Los López zopilotes.
parte 6. El pequeño Baba.
parte 7. Garbito.
parte 8. Balduino el descuartizador.
parte 9. El burro del barrio de allá abajo.
parte10. La balada del Tío Payo.
parte 11. El viejo del sombrerón.
parte 12. La voz anónima de El Calvario.
parte 13. Diego de Landa.
parte 14. Acerino.
parte 15. El Condestable.
parte 16. El Rasputín bananero
parte10. La balada del Tío Payo.
parte 11. El viejo del sombrerón.
parte 12. La voz anónima de El Calvario.
parte 13. Diego de Landa.
parte 14. Acerino.
parte 15. El Condestable.
parte 16. El Rasputín bananero
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