21/5/20

La Vaca Sagrada

La vaca sagrada
 Apuntes de cuarentena; parte 2.

A cada mañana le abrían el falso cerco para que anduviera en su liberto andar aquella señora vaca, de seguro porque no querían que se terminara el pasto de la fincona ella sola, ya que era gorda, glotona y descomedida, sin importarle de forma alguna sus otras compañeras bestias.

Al nomás darle rienda suelta, como vaca cola parada se iba derechito al mercado del pueblo porque ahí encontraba de todo, ni se detenía en los botaderos de los comedores de los pobres, negándose a cohabitar con los cuches, las gallinas o los patos de los jornaleros de los vecinales, mas bien, ella se dirigía directa la muy desvergonzada donde la gente exhibía las ventas de verduras y legumbres frescas.


Por lo general comenzaba por las carretas de alcaparras y los canastos de repollo, luego se iba campante a los puestos de hierba buena, cilantro, perejil, espinaca, rábanos y zanahorias.

Mientras andaba de puesto en puesto botando los velachos de nylon con que la gente se resguardaba del abrazador sol y la lluvia, volteaba las mesas y los taburetes, destripando con sus patas pesadas las sandías, papayas y melones, que rodaban por el desparpajo que armaba su marcha torpe y turulata.

“¡Va la vaca!”, gritaba la gente en el mercado advirtiéndose entre sí para evitar mayores perjuicios; sin embargo, nadie se atrevía a arriarla hacia fuera o a darle un buen leñazo pues era una vaca sagrada, la inmaculada señora ama de todas las bovinas, la que mugía y las personas se movían ampliándole la vía a su desplayado andar.

La susodicha vaca se ganó la consagración desde su época de ternera coscolina de todos aquellos llanos, rebosantes por doquier del ganado de pezuña hendida, propiedad del establo de la Finca “La Jacobina”, la de inviernos copioso y tormentosos, en este templado valle de las hamacas de la zona media de las Américas.

De jovencita la piropeaban como “la vaquita con botas”; por coqueta, por sus patas pintas y cascos ligeros. No obstante, no todo era mérito propio, también su hermano héroe y mártir le echaba una pata, rumeando su fama porque él era admirado y memorado en saetas y coplas; cantaban las trovas que había sucumbido luchando como toro bravío a manos de un montado lancero rejoneador, en una de esas famosas corridas de toros que hubo en la arena del pueblo, no antes de llevarse en su haber a siete toreros corneados y pateados, entre banderilleros, picadores y dos matadores.

Al final, sucedió lo que tenía que pasar, después de treinta años el pueblo creció desbordante y la gente se terminó hastiando de la vaca sagrada. Las personas se asquearon de verla cagarse en los andenes, portales y frente al panteón, o bien, en la principal calzada municipal donde dejaba flatulenta todas esas mugrosidades desparramadas.

Entonces, fue así que llegó el rey Trol con su sequito de adulones, quienes agarraron a patadas a la otrora vaca sagrada, nadie se opuso mientras la revolcaban vetarra llevándola a rastras por los zanjones que conducían a La Jacobina, su finca donde tampoco la querían por ser atorrante y pedorra.

Y bueno… Bien colorín colorado, este cuento les he contado.


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