29/5/20

El pequeño Baba

En la encíclica historia donde el ladrón es librado, el malo es bueno y el títere es titiritero; les cuento entonces el cuento sin fin.

El pequeño Baba
Apuntes de cuarentena; parte 6.

Era de cuna noble y siempre fue bien querido a pesar de que nació negrito en un reino racista, el escudo de armas de su clan era una pepa de marañón rodeada de flores con espinas.

Su padre era un notable letrado muy loado por su sapiencia erudita, más aún, porque perteneció a la memorada generación de oro, cuando los granos del oscuro líquido vital del trabajo fueron bien cotizados en las plazas y mercados de todos lados; ya que a través de los tiempos la familia de Baba tenían sendos lares de esos cultivos milagrosos.

Desde que nació el pequeño Baba tuvo una aureola enigmática, su padre y madre lo vislumbraron y por eso decidieron que estudiase en la más prestigiosa escuela escolástica para que fuese instruido para destinos magnos; sin embargo, al pequeño Baba no le interesaban cosas de megalómanos, más bien, a él le gustaban los asuntos del espíritu, del alma y las cosas del esoterismo.


De joven en su lozanía patricia usaba una túnica, una cotona larga tipo bata color naranja, pues se auto denominaba seguidor de los alquimistas cantores del sanscrito, quería aprender el truco de frotar sus manos para producir de la nada cenizas mágicas, de las que curaran los males y dieran sabiduría a quien se las ungían. Quería aprender a hacerse invisible y tele transportarse a sitios remotos donde nadie lo pudiese encontrar para huir de su destino familiar.

Pero a pesar de su fe ciega y entrega a esa quintaesencia fue arrinconado por su padre y madre a ser una persona normal, o más bien, notable tal como era su estirpe. Por eso le dieron a su cargo una de las tantas finconas de la familia para que administrara la producción de bestias bobinas, pero por estar una noche de esas haciendo sahumerios mágicos se descuidó de las vacas y los toros, perdiendo cincuenta y cuatro cabezas de ganado por no estar atento a la medida de la medicina de los parásitos.

Desde entonces ante tal bochorno aprendió su lección y fue diligente con los quehaceres familiares, pues no quería causar más perdidas al patrimonio del clan.

Al ver su padre que el pequeño Baba asentaba cabeza lo introdujo poco a poco al manejo de los hilos de los titiriteros, oficio que requiere sigilo y astucia macabra, para lo que fue en última instancia educado en las escuelas maestras de las lejanías.

Sus aires de negrito sabio y palabra liviana daban una impresión de ser un hombre buenecito y llevadero, y además por ser sigiloso y poco hablantín generaba una confianza de agudeza titiritera, por eso de paso en paso aligerado fue designado rey a través de los concilios arreglados.

Siendo un rey títere se preocupó por hacer buenas veredas y sendas bien adoquinadas para las carretas de los señores condales, para que acarreasen facilito sus cosechas, y además se dio la tarea de cambiar los doblones locales por los universales, pero sobre todo se encargó de mantener a raya a las bestias del establo rojo de la fincona de La Jacobina que tanto tropel hacían por el reino.

Al final como a todo rey su tiempo caducó dando paso en otro concilio al rey bizco. Pasaron los años y se hizo un viejo prematuro, pues eso de ser monarca siempre pasa una factura, que es por lo general canas anticipadas acompañadas de reflujos y agruras.

Creyéndose a salvo en su temprano retiro el pequeño Baba suspiraba hondo añorando su juventud hidalga, mas sin embargo los coletazos del destino le sorprendieron cuando los esbirros del nuevo rey Garbito tocaron su puerta y antes de que pudiera huir le tenían apresado por ladrón y marufiero.

Garbito le señalaba como asesino de su hijo y el pequeño Baba le explicaba que nada tenía que ver en eso, no obstante le condenó a una mazmorra, por ser desfalcador y desfalcado al mismo tiempo, por ser sabio y tonto, por ser blanco y negro.

Entonces ante la encrucijada de los caminos, de los que van al sur y al oriente, al norte y al este… decidió el pequeño Baba afinar su sapiencia y recordar las palabras magas de los alquimistas de los cantos sanscritos, y bajo tremenda presión y como último recurso por fin le funcionaron las cantilenas, logrando desaparecer en la transmutación del engaño mas ruin y cobarde, haciéndose invisible y dejando más preguntas que respuestas. Siendo este así, el cuento sin fin.



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