21/9/16

Márquetin político y Nayib

Márquetin político y Nayib

El márquetin político es esa área del mercadeo especializada en vender o promover a una figura política, u organización de carácter ideológica.

Para nuestro medio esto se traduce en el arte de persuadir al ciudadano para que éste emita un voto en las elecciones a favor de determinado personaje.

En fáciles palabras este es un concepto sencillo para explicar esta técnica de venta, lo complejo es que las sociedades están segmentadas con muchas ideologías e idiosincrasias, y la gente a su vez cree menos en la clase política.

El objetivo principal del márquetin político es ganar los comicios, logrando el mayor número de votos. Buscando obtener el primer lugar para ser claro, no el segundo ni el tercero, por eso el carácter “agresivo” a la hora de persuadir u ofertar al candidato.

Esta agresividad por lo general se presenta con un aspirante desafiante y beligerante frente a su opositor, pero no siempre es así, también esta característica se pude ver en un juego ilusorio del candidato, como el mago que esconde su carta con una mano mientras distrae al espectador con la otra.

El arte de un buen político se dice que es cuando el personaje sabe expresar bien sus ideas, y que éstas sean del consenso popular, en ese proceso la persuasión es un juego donde la creatividad debe llevar rasgos culturales junto con habilidad comunicativa, además debe tener la capacidad de reproducir el mensaje a las multitudes (esta es la parte donde se gasta mucho dinero); y por otra parte, el candidato debe hacer cuantas alianzas sean necesarias con otros liderazgos para persuadir a más personas en una técnica parecida a la pirámide de ventas.


Pero también el proceso de conquistar otros segmentos de votantes consiste en que el candidato o aspirante debe jugar al espectáculo del “dime que te diré” con sus mismos aliados, con el objetivo de generar duda en los segmentos que le son difíciles de persuadir, sembrando un germen de simpatía en los votantes de su competencia, bajo el principio de: “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”.


Por eso al ver las escaramuzas de Nayib Bukele versus la cúpula del FMLN, pienso en voz alta: “El alcalde quiere ser presidente con el partido oficial; y en definitiva, sí sabe de márquetin político”.



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20/9/16

Crisis de credibilidad política y la CICIES

Crisis de credibilidad política y la CICIES

Apuntes cortos sin mayor opinión pero con reflexión.

Muchos oímos hablar de la CICIES, un organismo contralor aun no existente en el país, pero famoso por los resultados palpables en la vecina Guatemala.

No levantara tanto polvo la Comisión Internacional Contra la Impunidad en El Salvador (CICIES), si no existiera una seria crisis de credibilidad de la cosa pública.

Se escucharon voces en Washington pidiendo su creación en este país, y consigo volaron los ecos a diferentes públicos de la sociedad civil, en forma especial sonó viable tal receta a las diferentes comunidades de salvadoreños en el exterior. En el territorio nacional se escuchan opiniones encontradas unos a favor y otras personas en contra.

Está a favor de la conformación de la CICIES la clase civil que se decepciona cada vez más de sus mismos dirigentes políticos: alcaldes, diputadas, ministros, ex presidentes, concejales, juezas, magistrados.

Las redes sociales, este nuevo medio de comunicación masivo de naturaleza multidireccional se hace sentir en una clara balanza a favor de dicha medida.

Pero la verdad yace tácita en el fondo de cada quien, y es que la voz popular afirma contundente que la clase política en general es corrupta, incluso, los mismos que nos han pedido el voto muchas veces están vinculados en forma inevitable al crimen organizado; por lo tanto la crisis de credibilidad consiste en que los ciudadanos tenemos la sensación que no hay político alguno que esté libre de culpa; sin solvencia ni suficiente poder como para limpiar la casa, incapaces de librarnos de la lacra de cuello blanco.
                                                                                       
Ante la frustración colectiva, generalizada, de la insuficiencia de los organismos contralores la gente busca soluciones desesperadas, agotando cada vez más opciones, una de ellas es la CICIES que en términos jurídicos es un hibrido, es decir, un organismos donde extranjeros intervienen en la institucionalidad nacional.

Eso nos lleva a mencionar las voces en contra de la formación de dicha comisión, por lógica son los personeros de los tres órganos de Estado, o bien quienes su estatus depende de la posición oficial del gobierno. En su momento y a su manera tanto el poder ejecutivo, legislativo y judicial han mostrado su desacuerdo a la existencia de un organismo similar al guatemalteco, porque aceptarlo sería decirle al mundo entero que el Estado de Derecho ha fallado en El Salvador.



Lo que considero que debemos saber los salvadoreños es que Guatemala no diseñó la CICIG para lo que en la actualidad es, más bien, esta comisión evolucionó a lo que conocemos hoy en día.

Les explico en cortas palabras: Esta comisión contra la impunidad nació como producto de los acuerdos de paz a final de la guerra civil guatemalteca, siendo concebida para juzgar a los criminales de guerra. Y en un giro de las coyunturas se transformó, para bien, en una herramienta que la sociedad civil usó para combatir a la corrupción en su momento.

La memoria histórica se repite una y otra vez más, tanto en El Salvador como en Guatemala, después de todo un criminal de guerra no es menos asesino que un corrupto, pues el último también atenta contra los desprotegidos quitando recursos al Estado benefactor, o bien, violando las leyes contra la libre empresa. Hoy en día el corrupto goza al igual que el criminal de guerra de impunidad.

Dentro del dilema de la creación de una CICIES, reflexionamos: “En río revuelto ganancia de pescadores”; ante las sonadas voces a favor y en contra escuchamos: genuinas y justas esperanzas de un anhelado cambio, pero también vemos “nobles” oportunistas que se aprovechan del clamor generalizado para tomar su porción de populismo y desfachatez, en los que me atrevería a incluir a muchos de la oposición y una serie de personajes que creen que la gente es tonta; que no sabemos clasificar lo que nos dicen, separando la propaganda burda en el apartado que cada quien lleva, en el que dice: “más de lo mismo”.

No es la CICIES la que nos dará la solución contra la impunidad, esta afirmación no quiere decir que sea mala, creo que sería bienvenida para la mayoría, todo instrumento que aporte a este flagelo es bueno, pero al igual que la derogación de la ley de amnistía no podrá por sí sola (la CICIES) generar ese cambio fundamental que esperamos. Más bien necesitamos replantear el Estado mismo y la verdadera esencia de la república.



A manera de reflexión quizá necesitamos una Asamblea Constituyente con una fuerte intervención ciudadana para intentar definir de nuevo los roles: El político es un servidor público, brindando equilibrio entre el empresario y el asalariado; cada quien con sus libertades institucionalizadas generando producción y riqueza.




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15/9/16

Las afro-descendencias salvadoreñas

Las afro-descendencias salvadoreñas 
primera entrega      y segunda entrega

La búsqueda de la identidad (nacional – regional) resulta ser imprescindible para el desarrollo, no solo salvadoreño, sino centroamericano. Sin historia no entendemos la identidad y sin ésta no hay cultura, por lo tanto la construcción del futuro es incierta.

Es feo decirlo pero la historia que nos han contado en las aulas de clases no es la correcta. No porque los profesores sean mentirosos, es más bien porque la antropología ha descubierto otros conocimientos, los estudios del origen de la humanidad han replanteado nuevas verdades científicas, y por otro lado, las clases dominantes no pueden ocultar más sus paradigmas caducos.



Esa teoría de los tres troncos genealógicos no es cierta (negroide, mongoloide y caucásico), eso que nos explicaban, hasta cierto punto, es quimérico. Todo con el objetivo de justificar la superioridad de una raza sobre otra, "blancos sobre negros".

Los últimos estudios genéticos nos dicen una verdad irrefutable, que es: somos “homo sapiens sapiens” y provenimos todos por igual de África, por ende el humano moderno surgió hasta hace 200 mil años atrás, de ahí en adelante fuimos la especie dominante del planeta, y ésta floreció en el continente más antiguo de todos, para ser más específico en la zona de Zimbabue (África suroriental) y el Valle del Rift.

Para los que quieran conocer más al respecto recomiendo esta lectura: Los Senderos del Edén del médico británico Stephen Hoppenheimer, quien a través del estudio mitocondrial del ADN retrocede en el tiempo para concluir, entre otras afirmaciones, que el término “raza humana” es cuestionable, pues todos descendemos de una misma “Eva” genética de origen africana.

El problema ante este nuevo conocimiento es que aun acarreamos con los prejuicios que nos inculcaron, nos decían los sabios ministros de educación de antaño que “los negros” eran seres salvajes, que no conocían religión ni formación educativa alguna, más aun, los “cimarrones” eran tan indignos y rebeldes que merecían ser “domados” a base de yugos y cadenas, justificando así los trabajos forzosos y trato inhumano.

De ahí en adelante los americanos nos jactamos de ser "occidentalizados"; las lenguas oficiales son idiomas latinos, romances y anglosajones; y si acaso reconocemos un segundo orden cultural, es la identidad del originario americano. Pero, qué hay de los 20 millones de africanos que migraron en forma forzosa e infrahumana al continente. Acaso estas personas son un paréntesis; creo que no.

En el caso salvadoreño ¿En qué parte de la historia quedan los esclavos que trajeron los hidalgos españoles para los cultivos de jiquilite (añil) y cacao? 

En la actualidad para las élites es un inciso en el que no alcanza la tinta de la pluma. Esa es la parte de la historia que no nos cuentan y que ahora nos hace falta en la identidad nacional.

Dentro de los tantos mitos que acarreamos de generación en generación es que en El Salvador no hay afro descendientes, es más, defendemos esa afirmación a capa y espada como si fuese un patrimonio nacional, cuando los estudios genéticos, arqueológicos, lingüísticos y antropológicos son irrefutables. 



Apenas asistimos a esa idea como si fuera un souvenir en el dossier del quehacer académico intelectual del país, sin asumir la necesidad de la creación de una verdadera identidad nacional.

Los salvadoreños somos un crisol étnico, eso incluye afro-descendencia reciente, es decir, de los últimos 500 años. Nuestro mestizaje universal es una realidad que la comunidad antropológica salvadoreña afirma en forma categórica.

Es una verdad innegable por muchos mitos que nos quieran contar. Todas esas voces en las que nos desvinculamos de las raíces negras son imprecisas, en la actualidad no tienen base científica, son nada más que “cuentos chinos” que llegan a ser a lo sumo anecdóticos.

La aceptación la verdad nos conduce a otro problema: ¿qué hacemos al respecto?

La disyuntiva es que África es un continente, incluso, más complejo que el nuestro y los intentos de comprensión por nuestra parte son mínimos, por lo tanto en pocas palabras, hay una tercera parte de nuestra identidad inconclusa, o más bien oculta.

Por desgracia el estudio de nuestra afro - descendencia no despega en el grueso de los “cultos”, aun creemos que durante más cercanos sean nuestros descendientes de los europeos más civilizados somos, cuando en realidad no es así.



Fray Bartolomé De Las Casas explicaba en una de sus célebres encíclicas que había que importar africanos a las Américas, pues eran un poco menos que humanos, por lo tanto, merecían ser tratados peor que los originarios “indígenas”.

Ese paradigma va aun inherente en la vox populi salvadoreña lo que implica un grillete cultural tan pesado como esas cadenas con las que viajaban millones de personas en esos barcos negreros que aun no terminamos de estudiar por miedo a la verdad.

SEGUNDA ENTREGA

8/9/16

La cultura de la ignominia

La cultura de la ignominia

Lo que antes eran “maras” o pandillas ahora han evolucionado y se han convertido en estructuras de crimen organizado, con logística e inteligencia. La historia se repite una y otra vez a lo largo de las décadas y, porque no decirlo, de los siglos.

Los problemas son conductuales, los fenómenos sociales nos llevan a abordar la solución de éstos en una forma inmediata pero no integral. Al final el resultado es un virus que no es eliminado en su totalidad, quedando alojado para resurgir en nuevas generaciones, siendo cada vez más agresivos.

Muchos líderes de opinión, analistas e incluso políticos hablan que el principio de la problemática es “cultural”, eso se escucha tanto que resulta ser un cliché, una explicación que se repite del diente al labio, sin saber asumir la culpabilidad que tenemos cada quien.

Vamos a ocho años de un gobierno de “cambios” pero no veo una reforma educativa ni cultural (revolucionaria), que transforme los cimientos de la identidad nacional, de la conducta colectiva, los valores culturales, de los niveles de percepción de la historia que necesitamos para construir un mejor futuro.

La cultura de paz no pasa de charlistas que llegan a las instituciones a impartir diplomados al respecto, sin abordar a profundidad el asunto. La verdadera cultura de paz pasa por conocer la historia y asumir una identidad nacional a la altura del desarrollo.

La historia que nos enseñan es una línea de sucesos y acontecimientos tergiversada en la que nos cuentan las gestas de los mismos que nos han dañado a través de los siglos: “Los ilustrados deben gobernar, son los paladines defensores de la patria”.


Cuestionar los actuales valores nacionales es el inicio para la solución de la situación problemática que vivimos, asumiendo que cruzamos los mayores niveles de violencia en la historia del país, en otras palabras, es entender que esta ruta socio-cultural que hemos tomado nos ha llevado a un Estado fallido.

Esta no es una percepción mediatizada como algún detractor podría refutar, es la realidad que vive cada salvadoreño: no poder emprender un negocio sin considerar la “renta” de las pandillas, o en su defecto el gasto oneroso de seguridad que implica abrir las puertas al público; no poder circular con libertad en el territorio sin estar con la zozobra de la criminalidad, ¿Cuántas personas ha desocupado sus casas por huir de la inseguridad en sus colonias o barrios? Eso no es normal en un país, eso no es una mala percepción mediática.

El nuevo éxodo que sucede en la actualidad es deprimente, miles y miles de salvadoreños están huyendo y viajando en condiciones infrahumanas, arriesgándose por que huyen de los niveles de criminalidad.

Ahora hago la pregunta del millón: ¿Cómo hemos llegado a esto? (Respuesta) Porque hay intereses ocultos que así lo requieren. Hay quienes quieren que la inseguridad se mantenga, así los niveles de riesgo serán altos y los “intereses” financieros irán en aumento, del 17, 20, 25 y hasta 38 porciento. También los costos de seguridad implican agencias, contratos onerosos e importación de armas.

A manera de ejemplo, ¿Cuántas personas han dejado o quitado su tienda en el barrio donde viven por la inseguridad? ¿Quién se beneficia en forma indirecta? El supermercado ¿Quién quiere ser presidente del país? ¿Acaso le interesará a esta persona que resurjan los emprendedores o fortalecer a las PYMES para que sean su competencia?

Así podría continuar hasta cansarme hablando de cómo la gran empresa elimina al pequeño comerciante de forma desleal, de cómo los “ilustrados” o “iluminados” han gobernado a lo largo de la historia jugando a la ignominia, a la ofensa pública entre sí; siendo en realidad los oprobios de la dominación a través de mantener los niveles de cultura y educación al mínimo.

Dejo nada más la reflexión al respecto para que el lector tenga algo en qué pensar más allá de las distracciones en que caemos, en esos tontos cartelitos que nos muestran los troles a sueldo.




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