La cultura de la
ignominia
Lo que antes eran “maras” o
pandillas ahora han evolucionado y se han convertido en estructuras de crimen
organizado, con logística e inteligencia. La historia se repite una y otra vez
a lo largo de las décadas y, porque no decirlo, de los siglos.
Los problemas son
conductuales, los fenómenos sociales nos llevan a abordar la solución de éstos en
una forma inmediata pero no integral. Al final el resultado es un virus que no
es eliminado en su totalidad, quedando alojado para resurgir en nuevas
generaciones, siendo cada vez más agresivos.
Muchos líderes de opinión,
analistas e incluso políticos hablan que el principio de la problemática es “cultural”,
eso se escucha tanto que resulta ser un cliché, una explicación que se repite
del diente al labio, sin saber asumir la culpabilidad que tenemos cada quien.
Vamos a ocho años de un
gobierno de “cambios” pero no veo una reforma educativa ni cultural (revolucionaria),
que transforme los cimientos de la identidad nacional, de la conducta colectiva,
los valores culturales, de los niveles de percepción de la historia que necesitamos
para construir un mejor futuro.
La cultura de paz no pasa de
charlistas que llegan a las instituciones a impartir diplomados al respecto,
sin abordar a profundidad el asunto. La verdadera cultura de paz pasa por
conocer la historia y asumir una identidad nacional a la altura del desarrollo.
La historia que nos enseñan
es una línea de sucesos y acontecimientos tergiversada en la que nos cuentan las
gestas de los mismos que nos han dañado a través de los siglos: “Los ilustrados
deben gobernar, son los paladines defensores de la patria”.
Cuestionar los actuales
valores nacionales es el inicio para la solución de la situación problemática que
vivimos, asumiendo que cruzamos los mayores niveles de violencia en la historia
del país, en otras palabras, es entender que esta ruta socio-cultural que hemos
tomado nos ha llevado a un Estado fallido.
Esta no es una percepción mediatizada
como algún detractor podría refutar, es la realidad que vive cada salvadoreño:
no poder emprender un negocio sin considerar la “renta” de las pandillas, o en
su defecto el gasto oneroso de seguridad que implica abrir las puertas al público;
no poder circular con libertad en el territorio sin estar con la zozobra de la
criminalidad, ¿Cuántas personas ha desocupado sus casas por huir de la
inseguridad en sus colonias o barrios? Eso no es normal en un país, eso no es
una mala percepción mediática.
El nuevo éxodo que sucede en
la actualidad es deprimente, miles y miles de salvadoreños están huyendo y
viajando en condiciones infrahumanas, arriesgándose por que huyen de los
niveles de criminalidad.
Ahora hago la pregunta del
millón: ¿Cómo hemos llegado a esto? (Respuesta) Porque hay intereses ocultos
que así lo requieren. Hay quienes quieren que la inseguridad se mantenga, así
los niveles de riesgo serán altos y los “intereses” financieros irán en
aumento, del 17, 20, 25 y hasta 38 porciento. También los costos de seguridad
implican agencias, contratos onerosos e importación de armas.
A manera de ejemplo, ¿Cuántas
personas han dejado o quitado su tienda en el barrio donde viven por la inseguridad?
¿Quién se beneficia en forma indirecta? El supermercado ¿Quién quiere ser
presidente del país? ¿Acaso le interesará a esta persona que resurjan los
emprendedores o fortalecer a las PYMES para que sean su competencia?
Así podría continuar hasta
cansarme hablando de cómo la gran empresa elimina al pequeño comerciante de
forma desleal, de cómo los “ilustrados” o “iluminados” han gobernado a lo largo
de la historia jugando a la ignominia, a la ofensa pública entre sí; siendo en realidad los
oprobios de la dominación a través de mantener los niveles de cultura y educación
al mínimo.
Dejo nada más
la reflexión al respecto para que el lector tenga algo en qué pensar más allá
de las distracciones en que caemos, en esos tontos cartelitos que nos muestran
los troles a sueldo.
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