22/8/13

Recuerdos de un zapato al vacío

Recuerdos de un zapato al vacío

Esta anécdota se las comparto como una enseñanza del valor de la amistad, dicha acción cambió mi vida para siempre. Ojalá los políticos y sus fanáticos la retomaran.

Cuando estudiaba en el Colegio Cristobal Colón acá en San Salvador, conocí a Roberto Alvarado Ochoa a quien le decíamos “condorito”, o bien “la concuña”, “chobe” o “chespirito”; éramos compañeros en primer año de bachillerato.

Recuerdo que era finales de la década de los 80, los primeros días de ese ciclo escolar llegué como estudiante de nuevo ingreso, como pollo recién comprado, solo veía a mis nuevos compañeros en toda su alegría al esplendor, reencontrándose después de vacaciones, yo no conocía a nadie. 

“Condorito” era pequeño dentro de la media, tenía un tono de voz como de niño zompopero, como esos que quieren cambiar el timbre de niño a joven, pero se les oía como viejito picaron; ronquito, ronquito... Era el rey de los chistes y de las burlas a los demás, y por su puesto yo era una de sus víctimas, teniendo en cuenta su antigüedad y su afinidad con todos los del aula, y muchos más aun, le caía bien a los "grandotes" los que imponían el orden en el salón de clases.

Todos los días me ponía un nuevo apodo, entre los que recuerdo: “don quijote”, “radiografía de piscucha”,  “pepón baykery”,  “tres patines”….. Un día colmó mi paciencia y me le acerqué para amenazar su integridad, haciéndolo de tal manera que "condorito" decidió quedarse callado y nunca más volverme a molestar. 

Me arrepiento tanto de haberle dicho semejante improperio, me avergüenza volverlo a repetir, mucho menos compartirlo con ustedes.

Recibíamos clases en la cuarta planta y en una ocasión desde esa altura estaba sentado sobre la barda colgando los pies hacia el lado de afuera. Sonó la campana para el inicio de clases y el fin del recreo, empezaba la nueva jornada con el profesor Zaldaña, conocido por dejar afuera de la clase a quien no llegase a tiempo. Cuando balanceé mis piernas hacia adentro el tacón del zapato topó sobre la orilla de la barda donde estaba sentado, y por accidente mi zapato resbaló, cayendo al vacío hasta el solar de la primera planta.


Sentí que se me helaron los huesos, ya que por lógica no iba a alcanzar a llegar para la segunda campanada, por lo tanto sería castigado. 

"Condorito" recién subía a la cuarta planta y alcanzó a ver toda la escena, ambos nos quedamos viendo fijamente a los ojos y sin esperar más, él levantó la mano señalándome y me dijo: - yo voy a ir a traerlo, vos con un solo zapato no vas a lograr regresar a tiempo-  y corrió edificio abajo por las gradas atestadas de quienes subían a clases.

Finalmente subió con mi zapato, pero ya era tarde nos quedamos afuera los dos castigados. Nos dejaron unos temas para investigar ex aula, los cuales ya los olvidé, lo que sí recuerdo es que los desarrollamos juntos; lo que de forma irremediable terminó en amistad, y 30 años después ni la distancia ni el tiempo ha logrado separarnos (él vive ahora en Maryland y yo en San Salvador), una relación fraternal construida en cimientos de respeto, perdón y sentido humano; fue eso el gran legado que me enseñó mi amigo Roberto Alvarado, a quien le estoy agradecido de por vida por su gesto de rescatar mi zapato.


En la actualidad uso ese mismo principio para hacer relaciones públicas, en mi trabajo y en la vida cotidiana también, y les puedo asegurar que si funciona; después de todo, si a este mundo venimos y no hacemos de los enemigos nuestros aliados, viviremos condenados a estar limitados, segregados, atomizados... sin rumbo común como sociedad, sin desarrollo como país o como región.