La
crisis de las izquierdas y el culto al ser supremo
No es ningún
secreto a voces, los números y los acontecimientos lo dicen en forma clara: las
izquierdas a nivel mundial están en crisis.
Cuando digo
“números” me refiero a los resultados electorales y sondeos de opinión
(científicos); y cuando menciono acontecimientos hablo en específico de sucesos
de connotación social en los gobiernos de izquierda, es decir, protestas
multitudinarias, actos de desobediencia civil y migraciones masivas.
Sin embargo,
la crisis de las izquierdas no es producto de un mal proyecto ideológico, son
más bien a raíz de la conducción inadecuada de sus liderazgos. Pero hay que ser
consecuente con este análisis, el problema viene de origen y es algo que quizá
los pensadores de izquierda deberían considerar por razones históricas.
El artículo
anterior que escribí resume esta idea: el culto a la razón y al ser supremo, un
concepto introducido desde la mismísima revolución francesa, en donde el líder
mesiánico de la revolución es incuestionable, íntegro e incorruptible. No hay
poder alguno que le cuestione.
¿Por qué
existen presos políticos? ¿Por qué Robespierre decapitó a tanta gente? ¿Por qué
exiliaron y luego asesinaron a Trotski? ¿Porqué en Nicaragua hay tanto luto? ¿Por
qué la juventud por pensar diferente paga con su vida? ¿Porqué hay privados de
libertad en Venezuela por razones políticas?
No se trata
de legitimar acciones de dictadores reconocidos como Pinochet, Videla, Hitler, Franco,
Mussolini, etcétera; mucho menos de justificar el intervencionismo de EEUU en
América a lo largo del siglo pasado, tampoco de negar los avances sociales que
la izquierda lograse. Se trata más bien de evolucionar a la tolerancia del
libre pensamiento, de quienes difieren de mí y de ti también.
Se trata del
respeto y la búsqueda de un concepto antiquísimo que a través de la historia
acarrea vicios y engaños, pero en esencia es bueno y saludable para los pueblos
que aspiran a la paz; ese concepto podrá ser defectuoso y manipulable, esa idea
echa praxis se llama “democracia”, el poder en manos de la gente. Una utopía
para unos, una realidad para otros, dependerá de nuestra óptica e ideología.
Si hay
pensadores de izquierda como Pepe Mujica que condenan la violencia en Nicaragua,
y a su vez hay referentes como Noam Chomsky que señalan la corrupción desmedida
en Venezuela, no dudo que las izquierdas deben de poner sus barbas al remojo. Estos
pensadores reconocen los avances sociales de llevar como principal recurso el valor humano, pero al igual que ellos en mi opinión hay
que reconocer la identidad de la actual crisis de las izquierdas, y se llama:
el culto al ser supremo.
Pepe Mujica declara en el parlamento uruguayo que lo que fue un sueño en Nicaragua ahora es una autocracia.
Los proyectos
sociales no pueden depender de una persona, llámese autocracias o dictaduras,
estoy seguro que la razón humana no lleva esa dirección, no creo que sea el
camino. Un proyecto progresista que considere que las personas deben ser
silenciadas a base de disparos y cárcel, y que vislumbre el futuro dependiendo
de un megalómano, no será bueno ni prometedor.
La auto
sostenibilidad alimenticia y energética no debería depender del caudillaje,
debería más bien estribar de un proyecto cultural, es decir, más allá de
ideales que trascienden de un ser supremo.
En otras
palabras no se necesitan los monumentos de los Kim en Corea del Norte, tampoco mantener embalsamado
a Lenin en un mausoleo público, y mucho menos, guardar silencio ante los presos
políticos.
La verdad nos hace libres… Quizá suena a panfleto pero en
realidad si nos llevamos esta oración a la almohada al final del día creo que
amaneceremos con mejores pensamientos, diferentes a los que en una jornada
trasnochada de dogmas y fundamentalismos nos quieran imponer.
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