Se habla
tanto de “la generación comprometida” que quinientas palabras de un modesto
artículo se quedan cortas.
Durante la dictadura militar del siglo pasado hubo una serie de escritores (y lectores) que se comprometieron a transformar la realidad económica y política, corriendo con el riesgo de ser asesinados, de ahí su nombre de “comprometidos”.
Durante la dictadura militar del siglo pasado hubo una serie de escritores (y lectores) que se comprometieron a transformar la realidad económica y política, corriendo con el riesgo de ser asesinados, de ahí su nombre de “comprometidos”.
Los libros
son esos vehículos donde el pensamiento viaja a toda sus anchas. Los periódicos, y ahora los medios digitales, siempre serán limitados porque son efímeros y de formatos
cortos, al no exceder cierta cantidad de palabras; sin embargo, la historia nos
cuenta que van de la mano.
Ítalo López
Vallecillos, Irma Lanzas, Waldo Chávez Velasco, Álvaro Menéndez Leal, Roque
Dalton, José Roberto Cea, Manlio Argueta, son algunos de los tantos nombres que
enarbolan nuestras letras, todos de la generación comprometida, pero ¿Quién
creen ustedes que comercializó sus libros? ¿Quién imprimió, editó y se arriesgó
en llevar estas obras a las librerías?
Detrás de la
generación comprometida están “los libreros comprometidos”, (ja, ja…) no, no
estoy hablando de los muebles donde se colocan los libros, estoy refiriéndome a
una profesión que aun no imparten las universidades salvadoreñas; el ser
librero.
El librero es la persona que se dedica a comercializar libros,
es quien conoce el oficio de la promoción literaria y educativa, el que entiende la naturaleza del márquetin del libro.
El librero sabe la trascendencia de una feria del libro, y
además está al corriente de la relación entre editor y escritor, entre
librerías y lectores; así como entiende el rol de un profesor, las
instituciones educativas y el estudiantado con sus necesidades.
En todo desarrollo cultural debe considerarse importante este oficio o profesión, pero poca gente maneja el concepto, ni siquiera los
gestores culturales lo terminan de asimilar, mucho menos las personas que
dirigen las políticas educativas y culturales.
No es de extrañarse que Silvia López presidenta de la Cámara Salvadoreña del Libro me cuente que uno de sus principales factores de
riesgo es el mismo Ministerio de Educación, porque es muy común que por
decisiones antojadizas (a veces involuntarias) dejen a las librerías con los stocks llenos de ciertos títulos sin
oportunidad de venderlos.
La Alcaldía de Santa Ana relega la venta de libros nuevos a la interperie junto a otros productos de feria durante la fiestas patronales, 20 de julio de 2019.
Mientras en otros lugares se habla con categoría sobre “la
industria del libro” y el escritor, acá en estas sociedades tropicales ambas
profesiones se ven como en segundo o tercer orden, a nivel más bajo de quien se dedica a la
medicina, a la ingeniería, al derecho, a la mecánica o ser contador.
Bien me decía un colega: Ser escritor o dedicarse al negocio de la venta de libros es un verdadero acto revolucionario.
Bien me decía un colega: Ser escritor o dedicarse al negocio de la venta de libros es un verdadero acto revolucionario.
En fin, estoy seguro que cuando la clase política entienda la necesidad estratégica de proteger y comprometerse
en apoyar al sector comercial de los libros y a sus escritores, en ese momento
estaremos dando un verdadero salto de desarrollo social. Por desgracia son pocos los
políticos que tienen ese sutil hábito llamado: la lectura.
SEGUNDA ENTREGA: EL LIBRO EN AMÉRICA Y EL SALVADOR
TERCERA ENTREGA: EL LIBRO Y LA REVOLUCIÓNQUINTA ENTREGA: EL LIBRO Y LAS EDITORIALES SALVADOREÑAS
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