17/1/19

Elecciones presidenciales 2019


La esperanza de un pueblo

La esperanza es ese sentimiento, simple y complicado a la vez, el que evoca nuestras querencias, los anhelos más profundos, las expectativas de un futuro prometedor. Sin embargo, así como el amor, la esperanza en El Salvador no deja de ser un concepto confuso, más aun, cuando lo llevamos al plano social y político.

Me cuenta un colega periodista, de esos que cubren en primera línea la violencia en este país, que hoy en día hay nuevas formas de extorsiones de las pandillas a la población civil; ahora llegan estos grupos del hampa donde las familias humildes y dejan depositados a niños para que sean alimentados, cuidados, vestidos; de no hacerlo pagan con sus vidas.

El Salvador es el país donde los jóvenes corren peligro por el simple hecho de ir a estudiar al instituto de educación media, o por jugar en la cancha de fútbol del barrio vecino, por ir a comprar tortillas, o por equivocarse de calle y cruzar en una esquina “incorrecta”.

Esta es la región del mundo donde ser micro y pequeño empresario es tan riesgoso que los organismos financieros no conceden créditos abajo del 25 % anual, llegando casos (dentro del sistema financiero) hasta el 52 %.

En San Salvador la extorción es tan cotidiana que los medios de comunicación publican como noticia informativa el croquis de la ciudad marcando la división de territorios entre una y otra pandilla, así el comerciante sabe con qué grupo debe lidiar; es normal que llegue arriba de los 4 mil las estadísticas de los asesinatos al año, siendo los infográficos en los rotativos cada vez más creativos sobre las bajas de la policía, las cantidades de población carcelaria, atracos, emergencias de lesionados de arma blanca y de fuego, suicidios, etcétera.

Esta es la ciudad del famoso monumento “El Salvador del Mundo”, lugar icónico donde parten las caravanas salvadoreñas de migrantes, que luego en Tijuana intentarán cruzar la frontera, ese fenómeno del que tanto hablan en las noticias internacionales y las agencias informativas. 

En los portales del centro de San Salvador duermen las familias enteras en indigencia, a veces por el desempleo y la situación económica, pero también porque huyen de los territorios de pandillas abandonando todo; acá es el lugar donde el PNUD confirma que más del 45 % de la población vive en pobreza o en pobreza extrema.

En este medio las contradicciones son tan normales que las vemos como cotidianas; comunistas conversos que legitiman su derecho a ser aristócratas y burgueses, de esos que salen a marchar a las calles acompañando a la clase trabajadora mientras sus asistentes le sostienen el paraguas para que no les queme el sol tropical.

Políticos de un país pobre que degustan a expensas del heraldo público sus gustos faraónicos, amorales y anti éticos: camionetotas polarizadas con choferes y guardaespaldas. Políticos que negocian plazas y planillas fantasmas para asegurar la pleitesía de sus correligionarios, hermanos, familiares y amantes.

Aparentemente el ciudadano común y corriente se acostumbró a ver a sus presidentes siendo señalados de ladrones y prófugos, o de ser tan folclórica la ignorancia que los mandatarios les piden a las personas que usan sillas de ruedas, a que se pongan de pie para aplaudir “fuerte” en pleno acto público en honor al día de las personas con discapacidad.

Somos una economía descalabrada, tanto que nuestra principal fuente de divisa son las remesas que envían la retahíla histórica de migrantes y refugiados; los pobres más pobres, quienes ven como mejor opción la triste diáspora.

Pero a pesar de todo, en medio de este lúgubre escenario la bendita esperanza siempre encuentra su razón de ser, un hueco o una grieta donde mora evitando su extinción. Ahora se llama Nayib Bukele, el joven impetuoso que pondrá en su sitio a los poderes fácticos (suspiro); pero hace cinco años se llamaba Salvador Sánchez Cerén, el humilde y sincero profesor que se identificaba con los pobres (suspiro más hondo).

Hace diez años la misma esperanza se pintaba como el gallardo periodista Mauricio Funes que prometía cambios insólitos como: “la meritocrácia”, el fin de la corruptela y el compadrazgo. O bien, hace quince años el audaz locutor deportivo y empresario mediático, Tony Saca, quien decepcionó a sus votantes por terminar siendo un ladrón de cuello blanco.

Así podría continuar dando ejemplo tras ejemplo de las esperanzas fallidas que cada quinquenio el pueblo tiene que tolerar, los peores engaños, soportando a una clase política de mal karma, ruin, como la vieja desgraciada que le da dulces con caca a los niños que tocan su puerta el día de las brujas.

Promesas y promesas, engaños estrafalarios y nebulosas retóricas, eso es lo que veo al cierre de esta campaña; sin embargo, sigo estando orgulloso de ser salvadoreño, porque sé que después de las elecciones presidenciales nadie esperará milagros, más bien, sólo ardides y trampas políticas, pero a pesar de eso y de que crean que nos ven la cara de tontos, tenemos la suficiente entereza de seguir siendo amigos de la esperanza por razones que ellos no terminan de entender, porque somos un pueblo con la noble vocación de querer vivir en paz y progreso.


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