La
esperanza de un pueblo
La esperanza
es ese sentimiento, simple y complicado a la vez, el que evoca nuestras
querencias, los anhelos más profundos, las expectativas de un futuro
prometedor. Sin embargo, así como el amor, la esperanza en El Salvador no deja
de ser un concepto confuso, más aun, cuando lo llevamos al plano social y
político.
Me cuenta un
colega periodista, de esos que cubren en primera línea la violencia en este
país, que hoy en día hay nuevas formas de extorsiones de las pandillas a la
población civil; ahora llegan estos grupos del hampa donde las familias
humildes y dejan depositados a niños para que sean alimentados, cuidados,
vestidos; de no hacerlo pagan con sus vidas.
El Salvador
es el país donde los jóvenes corren peligro por el simple hecho de ir a
estudiar al instituto de educación media, o por jugar en la cancha de fútbol
del barrio vecino, por ir a comprar tortillas, o por equivocarse de calle y
cruzar en una esquina “incorrecta”.
Esta es la
región del mundo donde ser micro y pequeño empresario es tan riesgoso que los
organismos financieros no conceden créditos abajo del 25 % anual, llegando
casos (dentro del sistema financiero) hasta el 52 %.
En San
Salvador la extorción es tan cotidiana que los medios de comunicación publican
como noticia informativa el croquis de la ciudad marcando la división de
territorios entre una y otra pandilla, así el comerciante sabe con qué grupo debe
lidiar; es normal que llegue arriba de los 4 mil las estadísticas de los
asesinatos al año, siendo los infográficos en los rotativos cada vez más
creativos sobre las bajas de la policía, las cantidades de población
carcelaria, atracos, emergencias de lesionados de arma blanca y de fuego,
suicidios, etcétera.
Esta es la ciudad
del famoso monumento “El Salvador del Mundo”, lugar icónico donde parten las
caravanas salvadoreñas de migrantes, que luego en Tijuana intentarán cruzar la
frontera, ese fenómeno del que tanto hablan en las noticias internacionales y
las agencias informativas.
En los
portales del centro de San Salvador duermen las familias enteras en indigencia,
a veces por el desempleo y la situación económica, pero también porque huyen de
los territorios de pandillas abandonando todo; acá es el lugar donde el PNUD
confirma que más del 45 % de la población vive en pobreza o en pobreza extrema.
En este
medio las contradicciones son tan normales que las vemos como cotidianas;
comunistas conversos que legitiman su derecho a ser aristócratas y burgueses,
de esos que salen a marchar a las calles acompañando a la clase trabajadora
mientras sus asistentes le sostienen el paraguas para que no les queme el sol
tropical.
Políticos de
un país pobre que degustan a expensas del heraldo público sus gustos faraónicos,
amorales y anti éticos: camionetotas polarizadas con choferes y guardaespaldas.
Políticos que negocian plazas y planillas fantasmas para asegurar la pleitesía de
sus correligionarios, hermanos, familiares y amantes.
Aparentemente el ciudadano común y corriente se
acostumbró a ver a sus presidentes siendo señalados de ladrones y prófugos, o
de ser tan folclórica la ignorancia que los mandatarios les piden a las
personas que usan sillas de ruedas, a que se pongan de pie para aplaudir “fuerte”
en pleno acto público en honor al día de las personas con discapacidad.
Somos una
economía descalabrada, tanto que nuestra principal fuente de divisa son las
remesas que envían la retahíla histórica de migrantes y refugiados; los
pobres más pobres, quienes ven como mejor opción la triste diáspora.
Pero a pesar
de todo, en medio de este lúgubre escenario la bendita esperanza siempre
encuentra su razón de ser, un hueco o una grieta donde mora evitando su
extinción. Ahora se llama Nayib Bukele, el joven impetuoso que pondrá en su
sitio a los poderes fácticos (suspiro); pero hace cinco años se llamaba Salvador
Sánchez Cerén, el humilde y sincero profesor que se identificaba con los pobres
(suspiro más hondo).
Hace diez
años la misma esperanza se pintaba como el gallardo periodista Mauricio Funes
que prometía cambios insólitos como: “la meritocrácia”, el fin de la corruptela
y el compadrazgo. O bien, hace quince años el audaz locutor deportivo y
empresario mediático, Tony Saca, quien decepcionó a sus votantes por terminar
siendo un ladrón de cuello blanco.
Así podría
continuar dando ejemplo tras ejemplo de las esperanzas fallidas que cada
quinquenio el pueblo tiene que tolerar, los peores engaños, soportando a una
clase política de mal karma, ruin, como la vieja desgraciada que le da dulces
con caca a los niños que tocan su puerta el día de las brujas.
Promesas y
promesas, engaños estrafalarios y nebulosas retóricas, eso es lo que veo al
cierre de esta campaña; sin embargo, sigo estando orgulloso de ser salvadoreño,
porque sé que después de las elecciones presidenciales nadie esperará milagros,
más bien, sólo ardides y trampas políticas, pero a pesar de eso y de que crean
que nos ven la cara de tontos, tenemos la suficiente entereza de seguir siendo
amigos de la esperanza por razones que ellos no terminan de entender, porque
somos un pueblo con la noble vocación de querer vivir en paz y progreso.
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