Lenguaje
de género o transformación del lenguaje
Es extraño a
veces que un hombre hable sobre lenguaje de género, pero para mí como humano es
más que necesario, y más aun, como comunicador. El actual español que hablamos
es machista, tanto que llega a ser repugnante lo excluyente que es hacia las
féminas.
Cuando
hacemos un análisis lingüístico del famoso lenguaje de género opino
categóricamente que la aplicación de éste no es más que una deformación del
habla que resulta hasta grotesca, considero entonces que esta forma de lenguaje
no es la solución para incluir a la mujer en plenitud, al habla, al lenguaje, y más aun, al pensamiento.
Las y los;
diputadas y diputados; niños y niñas; amigas y amigos les cuento que haciendo
una interpretación más profunda del lenguaje llego a la inexorable conclusión que
debemos transformar nuestro idioma, debemos revolucionar el lenguaje, y porque
no decirlo, el pensamiento para girar a la inclusión de género.
Actualmente hablamos como machistas, mujeres y hombres, estudiantes, maestros y profesionales aun cuando respetemos las normas de la RAE (Real Academia Española) estamos excluyendo en todo momento la existencia de la mujer no solo en los procesos lingüísticos, sino, en la forma de cómo conceptualizamos el mundo.
En principio
el lenguaje español considera al hombre como sujeto de referencia y a la mujer
como subordinada a él. Es el producto innegable de siglos e historia de dominio
del hombre sobre la mujer, apenas a mediados del siglo pasado las mujeres
ganaron derechos como la emisión del sufragio electoral y luego poco a poco
significativas reivindicaciones de carácter feminista, lo cual es válido, justo
y necesario en términos de humanismo y desarrollo social.
De qué nos
sorprendemos si a lo largo de los tiempos hasta la actualidad la religión es
machista, al igual la política, los congresos, entonces por lógica la RAE y el
lenguaje son machistas también. No hace falta que gastemos mas letras y líneas para
demostrarlo, es más una cuestión de pensamiento y de reflexión, una mediana introspección
en el “mea culpa” del ciudadano androcentrista, si nuestro lenguaje es
masculino nuestro idearios y referentes serán también masculinos, y viceversa.
Ser
conservador, liberal o revolucionario en el lenguaje.
No trataré
de persuadir a nadie solo me limito a hacer el análisis y que cada quien se
ubique no solo en su sicolingüística propia, sino, en su pensamiento y
concepción del mundo.
Los conservadores
creen que la RAE es la máxima autoridad del lenguaje y que si existen cambios y
giros lingüísticos deben de ser hasta que sean institucionalizados por eruditos
de la palabra, de lo contrario surgen dialectos y las convenciones entre los
hablantes se pierden, existiría entonces una anarquía en el hablar y de castigo
el desarrollo y la civilización peligrarían, así como la historia bíblica de la
torre de Babel que jamás se terminó porque los constructores hablaban diferentes
lenguas.
Los
liberales o “modernos” aceptan que los hablantes cambian y son dinámicos,
siendo las personas las que escriben como hablan y no al revés que se habla
como se escribe, entonces el pensamiento y el lenguaje está supeditado a
nuestras formas parlar, al concepto que tengamos del mundo, a los referentes de
los cambios sociales, a partir de ahí es que la RAE admite el desdoblamiento de
género para referirse a un universo determinado de personas, ejemplo: todo/as
lo/as maestro/as y obrero/as son compañero/as en luchas revolucionarias. (La
“o” para el hombre y la “a” para la mujer, casi siempre siendo primero la “o” y
después la “a”).
Estando muy
lejos de ser revolucionarios del pensamiento y la palabra, deberíamos ir más
allá de los referentes establecidos y la transformación, incluso, de la
estructura gramatical debe de ponerse en el tapete de la discusión, estoy
seguro que la revolución femenina aun está en pañales teniendo mucho que
aportar, en la actualidad el hombre como centro de la sociedad es en la práctica
el punto de salida del pensamiento y del lenguaje, por lo tanto, la humanidad
en igualdad de género debe ser el principio, piedra angular, de una revolución
lingüística pendiente en los albores del siglo XXI.
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