A 30 años de la firma de los acuerdos de paz
Es imposible que siendo un periodista que viví la guerra civil no me
pronuncie en la conmemoración de las tres décadas de un acontecimiento como éste.
Uno, por el registro histórico para las nuevas generaciones; y dos, porque la
gente no debe permitir que la clase política defina por nosotros el significado
de los sucesos que marcan la historia.
El político es político y siempre ante acontecimientos
de trascendencia tratará de tener ventaja a su favor, están en su derecho
hacerlo, más nosotros (los de la llanura) también tenemos el derecho y la
libertad de interpretar y contarle a nuestros hijos el significado de lo
que se conoce como “la firma de los acuerdos de paz”, hecho que se dio el 16 de
enero de 1992.
Entonces cuando mi hijo me pregunta qué fueron esos
tales acuerdos de paz, le digo esto, y aprovecho aquí entre nos de compartirles,
a su vez, mis valoraciones a ustedes mis estimadas conversas.
Nuestra guerra civil, así como casi todas las guerras
civiles, se dio por las injusticias de unas personas sobre otras, en
nuestro caso todo inició por la injusta tenencia de las tierras.
De 1870 a 1890 se impulsó una reforma liberal que expropió
a la iglesia de las tierras ejidales, es decir en pocas palabras, con el objeto
de “modernizar” el Estado se le quitaron las facultades al clero de administrar
y concesionar muchas tierras de cultivos a los pueblos originarios, entre otras
cosas.
En las primeras décadas del siglo XX el descontento indígena
campesino fue creciendo hasta que, aunado a otras condiciones internacionales,
se dieron los levantamientos insurgentes de 1932, los cuales fueron severamente
socavados por el célebre general Maximiliano Hernández Martínez, todos
conocemos esa historia no falta que se las repita.
Luego la gente marginada de sus tierras emigró a la
ciudad y el problema de la injusticia mutó, convirtiéndose la inconformidad en
un movimiento obrero campesino siempre dispuesto a luchar por una justicia
social.
No obstante, los que conocemos como los mismos de
siempre se encargaron de mantener las inconformidades a raya por medio de un
ejército eficiente y despiadado, profesionalizando a la gloriosa fuerza
armada.
Mientras tanto en paralelo la guerra fría marcaba el
pulso de muchos conflictos civiles a nivel global, en la medida que las grandes
potencias se enfrentaban, nuestro país era no más que una intriga de las tantas que
tenían soviéticos y estadounidenses. Como se decía en aquellos años: Ellos
ponían las armas y nosotros los muertos.
Era un rumor a voces: La guerra civil era un negocio
entre, los gringos, la oligarquía, la comandancia del FMLN, y por supuesto, la
casta militar.
Treinta años después es todo claro, no hay necesidad
de disimular o maquillar la verdad, una realidad que nos dejó más de 75 mil muertos y un proceso del
cual no debemos olvidar, y mucho menos dejarlo de estudiar.
Ahora nos dicen que ya no conmemoremos la firma de los
acuerdos de paz porque ARENA y el FMLN siempre fueron lo mismo, y que ya no
vale la pena recordar el acontecimiento.
Allá cada quien… pero yo a mi hijo le voy a seguir diciendo
que los motivos por los cuales se inició la guerra civil aun son vigentes, las
injusticias sociales son extremas, las tenencias de las tierras no son
equitativas y los derechos a los pueblos originarios aún se les niegan de forma
sistemática.
Por mucho que un político con discursillos pomposos trate
de confundirnos, es imperativo dejar claro, en especial a la juventud, que la
guerra civil se dio por algo y, ese algo aún no se soluciona.
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