Historias de Uber en San Salvador
Opinión sobre el régimen de
excepción de tres emprendedores que se dedican a brindar servicios de
movilidad.
Por diferentes razones del destino me he convertido en los últimos meses en un usuario frecuente de la aplicación UBER, pero más que eso lo que me motiva esta mañana a escribir son los relatos de las personas que manejan, es decir, los choferes.
La mayoría son jóvenes emprendedores que hacen en su
tiempo extra un dinero adicional, o bien, toman la aplicación de servicios de
movilidad como verdaderos empleos.
Como soy periodista, es mi naturaleza preguntar,
entablar comunicación con personas que intuyo que saben más de la realidad que yo,
es decir, sé que esta gente que maneja a diario en la ciudad ve más cosas de
las que nos imaginamos, en especial sobre la actual guerra
contra las pandillas.
Después de algunas preguntas de amortiguamiento muchas
de estas personas me terminan confesando sus más peculiares “carreras”, algunas
jocosas y otras peligrosas, imagínense pues… San Salvador, la que fue hasta hace
poco, una de las ciudades más peligrosas del mundo.
Por razones de su tiempo, de mi tinta y de mi papel,
les voy a contar solo tres, aunque consideraría en algún momento escribir un
libro al respecto. En fin… ahí les va. No omito mencionar que los tres nombres
de los protagonistas de estos breves relatos le he cambiado su identidad.
Lissette
Ella me llegó a traer al centro comercial Metrópolis
que está entre los municipios de San Salvador y Mejicanos, era una muchachona
bonachona, blanca, alta y cachetona, no obstante, de voz aguda, tierna como si
fuera de adolescente púbera.
Como iba con mi papá (don Ovi) quien es un señor de
tercera edad, ella decidió entrar al centro comercial y pagar su ingreso, para
evitar que él caminara más, hecho que encontré de mucha amabilidad de su parte,
por lo que de entrada me cayó bien la jovencita.
Seguido pude ver de reojo que en el asiento del
copiloto llevaba una bolsa repleta de confites y semillas secas, y en seguida
le pregunté que, si los vendía o los daba de cortesía a sus pasajeros, ella
sonrió y me dijo muy afable que, cómo yo quisiera… Me cayó aún más en gracia su
forma de ser, le pedí entonces dos bolsas, una de semillas de marañón bien
tostadas para mi padre y otra de dulce de coco rallado para mí.
Al tomarlas vi que tenían una viñeta un tanto hechiza
y le pregunté que, si esa era su marca, a lo que ella muy orgullosa me afirmó
que sí, que aprovechaba a vender algunos aperitivos a los usuarios de UBER,
pero que también, llevaba algunos de estas bolsas a tiendas de conveniencia
donde las distribuían.
―Caramba ―le dije― en
verdad es usted emprendedora.
Sonrió por mi comentario, y sin que le preguntara me
dijo que hacía todo eso porque se había quedado sin empleo hace un año, trabajaba
de vendedora en una distribuidora de pinturas, seguido me continúo contando que
fue a dejar un pedido de 8 cubetas cerca de la zona franca del San Bartolo en
el municipio de Ilopango, pero cuando llegó la estaban esperando unos fulanos
pandilleros quienes le quitaron el producto, pero la dejaron ir, no sin antes
despojarla de su celular. Debido al incidente decidió renunciar y trabajar
mejor de chofer de UBER, y, le agregué yo como último comentario, que además había
desarrollado su propia marca de confites, a lo que me respondió de manera
orgánica:
―Ah… sí, aunque eso ha sido hace poco.
De pronto, como era un viaje corto, ya estábamos
frente a mi apartamento y dispuse a cancelarle, e hicimos cuentas…
―Veamos ―me dijo― fueron uno cincuenta del dulce de coco, más
tres de las semillas de marañón, más, uno setenta y cinco del viaje; total,
cinco veinticinco.
Me saqué un billete de 10 y se me quedó viendo, mientras buscaba vuelto,
diciéndome:
―No me alcanza, solo tengo dos cincuenta, pero tengo sándwiches, a uno
veinticinco cada uno ―ofreciéndome dos―, hay de pollo y de jamón con queso.
―Deme tres mejor, y el resto es su propina.
Ella sonrió, dejando ver un tremendo camanance en el cachete izquierdo,
a lo que seguido se despidió dándome las gracias.
Tomé uno de los sándwiches y se lo di al vigilante que nos esperaba, y
le dije a don Ovi:
―Ya tenemos para la merienda de mas tarde.
Eugenia
Era un viernes por la tarde, y decidimos ir con don Ovi al Teatro
presidente a escuchar la Orquesta Sinfónica de El Salvador, acá en San
Salvador, evento que comenzaría a la 7 pm. Procedimos entonces a pedir un
servicio de UBER, por dicha aplicación.
A pesar de decidir movilizarnos una hora antes, nos costó que nos
llegaran a traer, al parecer el asunto estaba saturado, al final llegó una
jovencita menudita, muy seria y de pocas palabras, no obstante, como mi oficio
puede más que el hermetismo de alguien, al cabo de algunas preguntas de
amortiguamiento y un par de comentarios amistosos, la joven Eugenia comenzó a
ser más suelta en sus acotaciones, después de todo el tráfico estaba pesado y
lo que debería ser un viaje de unos 20 minutos terminó demorándose más de una
hora.
A los pocos intercambios expresivos noté que su acento
no era capitalino, por lo que le pregunté de dónde era, me afirmó categórica
que era de San Salvador, pero como mi oído es agudo en ese aspecto le insistí
que me parecía que no lo era, al ver mi insistencia me explicó que, sí, en
efecto era sonsonateca pero vivía en Lourdes Colón (municipio del departamento
de La Libertad), seguido me contó que solía trabajar en UBER los fines de semana
en la capital porque le era más seguro y le dejaba más rédito que trabajar en los
departamentos de La Libertad o Sonsonate.
Ya una vez en confianza y al notar que su servidor no
era ningún tipo de acosador, decidió platicarme más de su vida y sus
emprendimientos, me confesó que ella posee varios automóviles que los sub
alquila para que otras personas los usen como UBER, aunque dejó de hacerlo, había
sufrido hace pocos días un percance al respecto, lo alquiló pero el usuario se
le había desaparecido, luego de localizarlo con el GPS y contactarlo se lo
devolvió, y cuando lo hizo, a los pocos minutos la policía la interceptó en un
operativo de las fuerzas especiales y le requisaron el auto que acaba de
recibir, entonces los agentes al revisar el baúl pudieron ver vestigios de
sangre humana, e inmediatamente la apresaron, y aun cuando el país está en
régimen de excepción logró, por medio de unas amistades, salir librada del
asunto.
Sin embargo, como los embotellamientos en la zona Rosa
de la colonia San Benito estaban hasta el tope, Eugenia, la chica cohibida, me siguió
platicando de las vicisitudes que le habían sucedido en la zona del Valle de Zapotitán,
en el municipio de Lourdes Colón, donde suele trabajar.
Me contó que en cierta ocasión hace un año (antes del régimen
de excepción), le solicitaron un viaje de noche a uno de esos municipios
recónditos, a Jayaque, a un principio no sospechó nada ya que los pasajeros
eran un niño y una señora de apariencia bastante humildes, no obstante, en la
medida que se acercaba a su destino y que la carretera estaba cada vez más desolada
notó que la señora y el niño se pusieron nerviosos, entonces comenzó a
sospechar que algo pasaba.
Y en efecto, al dejar a sus pasajeros y emprender el
retorno, a pocos metros ya estaban colocando una barricada unos pandilleros, a
manera de un punto de asalto, entonces antes que atajaran por completo el
camino ella aceleró e hizo como que atropellaría a uno de los fulanos, eso según
sus palabras, evitó que les diera tiempo de reacción a los gambusinos para que
le dispararan.
Cuenta la jovencita que era un manojo de nervios durante
el regreso; la carretera sola, y ella recién librada de una clica pandilleros.
En lo personal, al escuchar semejante anécdota me quité el sombrero ante Eugenia por el coraje y valentía de seguir adelante ante las incidencias de su negocio, de repente por fin llegamos frente al Teatro Presidente media hora mas tarde de iniciada la función, por lo que le dije a la joven chofer que si me permitía ir a ver si aun tenían entradas, ni había dado cuatro pasos y el vigilante de la entrada del parqueo me confirmó que la taquilla ya estaba cerrada, regresé al automóvil y dispuse con don Ovidio cambiar los planes para esa noche, decidimos ir al restaurante donde solemos ir a comer los camarones empanizados, junto con una botella de ron y otras botanas, tomamos el mismo UBER de Eugenia, y con paciencia y mesura llegamos a nuestro nuevo destino mientras cruzábamos el saturado y luminoso San Salvador de fin de semana.
Alonso
Estábamos en la colonia Escalón con don Ovi, salíamos de
una cita médica y solicitamos los servicios de movilización de UBER, era un
jueves por la tarde y todo era normal, nos dirigíamos a nuestro apartamento.
Llegó así Alonso en un auto tipo “confort”, nos
subimos y como siempre hice mis preguntas para romper el hielo y generar conversación.
Como la mayoría de choferes él era suelto en la palabra,
aun así, guardó un minuto de silencio cuando le pregunté sobre qué pensaba del régimen
de excepción del cual vivimos, a lo que me contestó, no sin antes dar un profundo
suspiro:
―Mirá “chele”… ―me dijo, como en un tono de sinceramiento― lo que pasa
es que uno no sabe con quién está hablando, la semana pasada me preguntó eso
mismo una señora que iba a dejar ahí al centro de gobierno, de seguro era rojita
del FMLN, porque me dijo casi de todo, solo ofenderme le faltó, me dijo que
esto que estamos viviendo (el régimen de excepción) es el principio del fin, es
el robo de nuestras libertades por lo que tanta gente murió en la guerra, me
mandó a leer historia, mencionándome varios libros, porque me dijo que era un ignorante.
―Aunque me imagino que lo que ignora esa señora ―continuo platicándome el chofer― es que antes
del régimen de excepción yo no iba a traer o dejar a nadie a Soyapango, o ningunas
otras zonas calientes de San Salvador, y ahora después de esta ley, la cosa es
bien tranquila y ojalá que así lo mantengan.
―¿Usted cree que se acabaron a las maras? ―le pregunté refiriéndome al fenómeno pandilleril.
―Naaa… para nada. Le voy a contar lo que me sucedió la semana pasada ―de pronto noté que se desvió de la ruta,
tomando una de esas calles alternas poco usuales, sin embargo, no le dije nada ya
que no quería interrumpir su relato― la
otra noche fui a traer a un chamaco a la colonia Layco, y cuando lo vi nada
sospeché porque estaba bien vestido, formal, hasta de camisa manga larga bien
planchada. Me dijo que hiciera un poco para atrás el auto y que me parqueara
porque íbamos a llevar también a unas amigas de él, esperé un minuto o dos,
cuando de repente se subieron dos mujeres de la vida alegre, parecían prostitutas,
luego él se subió en el asiento del copiloto y seguido se enrolló las mangas de
la camisa, dejando ver un tatuaje de un 1 en el antebrazo izquierdo, y en el
del otro, un 8. Me dijo que no me preocupara, nada mas que le hiciera caso, “mirá
perro… ves aquel, el de la moto allí adelante”, señalando a la siguiente
esquina, le dije que sí, “seguilo, y no importa por donde te marque la aplicación,
vos hite atrás de él, ese es mi seguridad, y no lo llevés tan pegado, dale una
cuadra de distancia por lo menos”.
Me siguió contando Alonso que a un principio se asustó, pero el mismo
fulano le insistió que no se pusiera nervioso, que nada le iba a pasar. Lo único
que le pidió el DUI y le tomó foto, y además, cuando vio un encendedor de metal
que tenía en uno de los compartimientos cerca de la palanca de velocidades, lo
tomó, y se lo guardó en la bolsa de la camisa, me dijo Alonso que era un
suvenir que le había regalado su hermano quien vive en Houston Texas.
Luego me confesó que había ido a dejar al pandillero a una mansión (a la
que preferí no preguntar su ubicación). Al final, me dice que le pagó con un
billete de 10 dólares y, al entregárselo, le dijo que guardara el cambio.
A preguntarle otros detalles iba, cuando de repente ya estábamos frente
a mi apartamento, me bajé junto con mi papá, don Ovi, y le pagué, y como siempre
me aseguré de dejarle al menos un dólar más para su propina, pues… por si no
saben, UBER, les descuenta casi el 40 % de la tarifa a estos jóvenes emprendedores
que se arriesgan día a día.
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