De los caudillos conservadores y liberales,
y
otras hierbas…
El caudillo: Ese fulano con dotes para ser un guía,
histriónico, es decir, con gran capacidad de gesticular y expresar sus ideas al
público, con facilidad discursiva, pero, sobre todo, con el poder de cautivar a
las masas, tanto, que motiva acciones colectivas de gran envergadura, llámese
por lo general: Guerras que conducen a regímenes represores y dictaduras.
Siempre hablar del caudillaje es entrar en polémica,
porque los caudillos son amados y odiados a la vez. Para ser corto, mucha gente
cree que son “un mal necesario”, porque aun cuando sea de manera opresiva
llevan orden al caos social en algún momento de la historia. Quién sabe… yo en
lo personal no creo eso.
En fin, hablar en público sobre caudillos es peligroso
porque el tema despierta pasiones, la otra noche una señora cholca que apenas
conocía me vertió un coctel de conchas sobre mi camisa blanca cuando cuestioné como
sociópata a su caudillo revolucionario inmaculado, Fidel Castro; por otro lado,
el otro día mi mismísimo primo me echó de su casa cuando hablé mal del general Maximiliano Hernández Martínez un caudillo conservador
de hace 90 años de la historia salvadoreña, al que llamaban “el brujo”, el que
mandó a masacrar más de 30 mil indígenas en el occidente del país en 1932; sí,
ese que decía que los niños deberían andar descalzos para que recibiesen los
efluvios del planeta. Imagínense…
Desde entonces prefiero reservarme a mí mismo este
tipo de pláticas; no obstante, en esta vez para efectos divulgativos decido parlar
sobre este tema con mi otro yo, el escritor, pero a diferencia de la anterior ocasión
cuando hablamos de los caudillos revolucionarios
y usé esta técnica, lo hago ahora sobre los caudillos conservadores y liberales.
Fue así que un día de estos de invierno, medio
borrascoso, entre tantos chubascos que caen, sirviéndome café durante mis oficios
matinales cuando escribo las 500 palabras, las que hago de forma religiosa
todos los días, y viéndome de presto en el reflejo distorsionado del quinqué de
la lámpara vintage de mi estudio, comienzo este inusual diálogo:
―Oiga don Yo, lo veo cada vez más cachetón, debería de dejar de
comer tanta repostería en la mañana.
―Usted solo opina por opinar, sin sopesar lo distorsionado que ve la
realidad por su falta de apreciación. Así son los periodistas, son un charco
inmenso de conocimientos.
Un tanto extrañado dije: ―Un Charco… ¿Por qué dice un charco?
―Porque así son los de su profesión, de todo lo que hablan si acaso solo
tendrán una pulgada de profundidad.
―Ni hemos empezado cuando usted ya está usando figuras peyorativas
contra mí.
―No se haga la víctima, si ya sé qué es lo me quiere preguntar.
―Supongo, entonces, que ya sabe que quiero que continuemos la charla
pendiente que tenemos, la de los caudillos conservadores.
―Sí.
―Supongo, además, que tiene algo que objetarme.
―Sí.
―Ajá… dígalo antes que empiece a preguntarle ―llenándose la escena de un súbito silencio,
y al ver que no se emitía palabra alguna, continué― ya sé, ya sé lo que me va a decir es que vaya
a leer del tema antes de preguntar ―y
caminando hacia el otro extremo del estudio, dije ya un tanto encabritado y
señalando inquisidor la lámpara― ¿eso me
va a decir verdad?
―Sí.
―Pues fíjese don Yo que no suelo abordar ninguna entrevista si no me he
preparado antes, y conociéndolo a usted,
―volviendo a señalar el reflejo― esta
vez me aseguré de leer mucho.
Y sin disimular se vino una sutil risa, que poco a poco terminó en una
carcajada medio cohibida: ―Pregunte pues…
Entonces un tanto tímido dije: ―Hábleme en general de los caudillos
conservadores.
―Bueno, son esos líderes que desde los inicios de la humanidad siempre
existieron, este tipo de caudillos son los más antiguos, creen en valores como,
el orden, la tradición, la jerarquía entre las personas y, ésta debe ser
inalienable porque dios así lo desea, porque solo ellos pueden defender a capa
y espada al país o al reino. Y bajo esa retorica justifican sus despotismos y
autocracias.
―Deme un ejemplo por favor.
―El rey David.
―¿El del antiguo testamento?
―Sí.
―¿Y él fue despótico?
―Hasta de sobra, ¿o es que no ha leído la historia de Urías el hitita,
el soldado al que el rey David sedujo a su esposa, y luego, se deshizo de él mandándolo
al frente de una batalla para que lo mataran?
―No.
―Ya ve pues… tiene que leer más, ahí sale en el libro de Samuel, en la
Biblia.
―Deme un ejemplo menos polémico… hombre.
―Eeeh… El más célebre rey que le podría mencionar es Luis XIV de
Francia quien se auto proclamó con la famosa frase, “El Estado
soy yo”, simbolizándose como el sol, porque era tan absoluto que quería que
todo girara a su alrededor, producto de su megalomanía, y al final, a la vuelta
de tres generaciones, la gente se hartó de ese tipo de liderazgo, ya que en
Francia había una monarquía hereditaria, “por derecho divino”, desencadenándose
así la revolución francesa. Acontecimiento que cambió la historia, la política
y al mundo en general, dando paso a la época contemporánea, de ahí en adelante
los caudillos conservadores se conocieron como derechistas y, los liberales junto
con los revolucionarios se conocieron como izquierdistas.
―Espérese… espérese don Yo, barájemela más despacio por favor, que ya me
enchiboló, ósea, ¿que todavía están los caudillos liberales?
―Sí.
―¿Y esos cómo los podemos definir, cómo los podemos clasificar?
Suspirando hondo y alzando la vista hacia el techo, se escucha la
exclamación: ―¡No puede ser… dios mío ayúdame por favor! ―caminando de regreso para ver de cerca otra
vez el quinqué, y al divisar las pupilas un tanto dilatadas― ¿cómo le voy a explicar sobre los caudillos
liberales si aún no termina de entender quiénes son los conservadores? Esos son
otros 5 pesos, o más bien dicho, como suele usted decir, esas son otras 500
palabras.
―Nooombre don Yo, si ya nos pasamos de las 500 ya que ratos.
―Ah chis… ni cuenta me había dado.
―Es que a ustedes los escritores se les va la chaveta hablando paja.
―Bueno, ¿quiere que le explique o no?, ya ve que usted también es
ofensivo.
―Ta’bueno… ta’bueno… ¿dígame usted cómo procedemos?
―Terminemos con unos y luego le cuento de los otros.
―Está bien, pero dígame sin irse hasta Pénjamo, ¿cómo definiría en
cortas palabras a los caudillos conservadores?
―Lo mejor sería que leyera El Otoño del Patriarca, pero no le digo que
lo lea porque es como pedirle a un árbol de olmo que dé peras; sin embargo, se lo
voy a resumir en una frase icónica que Gabriel García Márquez plasmó en ese
libro, donde él ilustra cómo un caudillo conservador ve al mundo y a la gente
en general ― y viendo de repente a la ventana notando que el cielo se encapotaba
de nuevo de nubes grises amenazantes, mientras apenas la ropa recién tendida intentaba secarse después de tanto
aguacero, hubo de nuevo un silencio absorto.
―¡Ajá… dígala pues…!
Y después de unos segundos: ―Los pobres son pobres porque dios así lo
dispuso, por eso si la caca tuviese un valor, los pobres nacieran sin culo.
Hubo entonces un nuevo silencio sepulcral, y luego de unos, no segundos,
más bien un par de minutos, repliqué: ―No sea tan indecoroso don Yo, se le caen
todas las medallas y galardones que le dan a usted por su fina palabra al decir
semejante improperio.
―¡No joda entonces! Usted fue el que vino a preguntar y que le explicara
en pocas palabras, y yo simplemente lo que le hago es una abstracción del
pensar de un caudillo conservador en palabras del Gabo.
―No le termino de entender.
―El asunto está en que estos fulanos, zutanos y menganos creen que la
pobreza y la ignorancia es inherente en la sociedad y, por lo tanto, ellos
tienen el llamado divino de regular la miseria, más no erradicarla. En el mejor
de los casos hacer del país “de la pobreza…”, el país de la sonrisa, o el país
de la eterna primavera; siempre y cuando el estatus quo de los
hacendados, el de los mandamases, sea inamovible y se conserve para la posteridad,
de ahí la palabra “conservadores”.
―Pero eso es perverso.
―Sí.
―Pero… ¿Por qué la gente aun así aclama a estos caudillos?
―Porque el truco está en llevar a la pobreza de la mano de la ignorancia, así el caudillo mientras con
una mano extendida ayuda al pueblo con la otra crea un escenario caótico donde él
en el momento oportuno salva la situación de manera mesiánica, y al final de la
estratagema es aclamado y vitoreado, y si acaso alguien logra ver el engaño e
intenta salirse de ese círculo se le mete al redil a puro palo y plomo.
―Ahhh… por eso es que muchos dictadores y chafarotes, son enemigos
acérrimos de las universidades, de los intelectuales y del periodismo independiente.
―Ahí está el detalle… ya ve que va entendiendo.
―No pues… si no soy tonto como usted cree.
―El ejemplo perfecto de este tipo de caudillos es Francisco Franco quien gobernó 40 años España, hasta
tenía un eslogan característico acuñado en las monedas, “Francisco Franco, caudillo
por la gracia de dios”, el que salvó a la república de las hordas comunistas
come niños.
―¿Tanto así?
―Sí. Y así siguieron una retahíla de caudillos conservadores, no solo en
Latinoamérica, sino, en todo el mundo.
―Ilústreme por favor don Yo, y perdone de mí, “tanta ignorancia”,
pero verá que ese es mi trabajo, preguntar.
―Sí… sí, ya entendí ese su juego, yo no tengo un pelo de tonto, y
al parecer no es tan mal periodista como creía.
―Me imagino que durante la guerra fría estos caudillos conservadores, o
de derecha, proliferaron como moscas.
―Exacto, eran los preferidos de la C.I.A. y de los Estados Unidos, lo
cual era paradójico ya que ellos eran los que se oponían a las dictaduras. En
sus discursos se figuraban los gringos como los defensores de las
libertades democráticas, queriendo verse como los paladines del Estado de
Derecho; sin embargo, bajo la mesa ellos son los promotores descarados de tanto
sátrapa de derecha, o caudillos conservadores como les estamos denominando
ahorita por meros efectos didácticos. Les facilitaban armas y les adiestraban
sus ejércitos, además de dotarlos de inteligencia, es decir, ponían a su
disposición un sin número de agentes (espías) para que les protegiesen de las
intrigas “comunistas” de la Unión Soviética. Así fue que surgieron personajes
como Augusto Pinochet en Chile, o Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana, Alfredo Stroessner en Paraguay, Ferdinand Marcos en las islas Filipinas, o Mohammad Suharto de Indonesia, o Mobutu Sese Seko de lo que fue el Zaire en áfrica. Todos ellos llegando al poder
por medio de golpes de Estado, limitando las libertades constitucionales, y por
supuesto, haciendo fraude para perpetuarse en el poder con apoyo de la C.I.A.
―Por eso es que las castas militares latinoamericanas se llevaban tan
bien con Estados Unidos.
―Así es, en especial con el ala republicana, hasta les daban becas para
estudiar en la famosa academia militar llamada, La Escuelade las Américas con sede en el Estado de Georgia de la unión.
―Y mire don Yo ¿Cuál de todos estos caudillos considera el peor?
―¡Ja!... esa pregunta está difícil, casi todos se van a los penaltis;
todos son asesinos, queridos por las masas y odiados a la vez por otro montón
de víctimas que dejaban a su paso, a cuál más descarado e histriónico. Pero,
contestando a su pregunta me inclinaría por Manuel Noriega de Panamá. Porque no solo era chafarote, cleptómano, doble
agente de la C.I.A., matarife y autócrata; además era narcotraficante.
―¿Hay alguno que considere icónico ahora en el siglo XXI?
―Claro que sí, Donald Trump, un caudillo
de derecha, conservador, pendenciero, autócrata, fatuo, odia la intelectualidad;
en fin, es un narciso pistolero de vocabulario chato.
―Y qué opina de Roberto d’Aubuisson, el
que mandó a asesinar a Monseñor Arnulfo Romero, ¿no cree que es el peor
caudillo de todos los que ha mencionado?
―Pues… quizá sí, pero Yo no lo pondría como un caudillo
conservador, mas bien diría que fue un liberal.
―Pero él era de derecha.
―Sí.
―Entonces, cómo así… ¿cómo definiría entonces usted a los caudillos liberales?
―Estos son peores todavía, son gallo gallina, no son revolucionarios y
tampoco conservadores, se las llevan de ilustrados, laicos, creyentes del libre
mercado, pero lo que en realidad defienden es a la clase pudiente, a los mismos
de siempre, dicen ser heraldos de la burguesía y no de la aristocracia, pero al
final terminan siendo la misma mica con diferente cola, eso sí, una cola más
larga. Se disfrazan de reformadores,
incluso, hasta de radicales, siendo verdaderos lobos con pelaje de cordero. Yo
estoy seguro que son los más peligrosos de todos los caudillos.
―¿En serio? ¿Deme un ejemplo?
―Napoleón Bonaparte y una retahíla de
próceres independentistas de América, incluyendo Simón Bolívar, José de San
Martín, y siguiéndoles los posts independentistas, por ejemplo, un fulano de
estos, el célebre Gerardo Barrios a quien usted
por cierto conoce muy bien.
―Sí… es cierto.
―Hasta una estatua hay de él en la plaza mayor de San Salvador, nombrada
con su mismo nombre: Plaza Gerardo Barrios. ¿No le contaron nada de él cuando
era párvulo?
―Sí, pero casi no me acuerdo. Recuerdo que la seño Medina quien nos daba
Ciencias Sociales, nos decía que Gerardo Barrios salvó la economía del país
porque introdujo el cultivo del café cuando estábamos en crisis por la
caducidad de la producción del añil, dejando las bases para las reformas liberales.
―Ajá, ¿y qué más?
―No sé… hasta ahí recuerdo.
―¿Quiere que le refresque la memoria?
―No sería mala idea, después de todo usted es la cucaracha de
biblioteca.
―Vaya le voy a explicar a pesar de sus sarcasmos. Las reformas liberales
fueron una especie de reforma agraria a la inversa, es decir, en vez de darle
tierras a los pobres, las leyes las modificaron poco a poco de forma
irreversible para darle la tierra a los ricos, y de paso se hicieron llamar
liberales, los paladines del desarrollo y el progreso; Santiago González, RafaelZaldibar, Francisco Meléndez, entre otros.
―Podría ser más específico en sus afirmaciones don Yo, mire que mucha
gente no le gusta que hablen mal de sus símbolos patrios.
―Lo que sucedió en El Salvador fue lo mismo que pasó en casi toda Latinoamérica
en la segunda mitad del siglo XIX, las tales reformas liberales consistían en hacer
laicos los Estados, y en principio eso se oía bien; pero el truco estaba en
quitarle a la iglesia católica la administración de las tierras ejidales o
comunales, las cuales eran asignadas a los pueblos originarios para que
tuviesen sus propios cultivos, y no aguantaran hambre ni penurias ¿Me doy a
entender? ¿Me explico?, es decir, los conservadores defensores de un sistema
monárquico al menos le dejaban a los indígenas campesinos ciertas tierras,
aunque sea en las laderas para sus cultivos, para sus milpas, pero en eso
vinieron los liberales con sus reformas y hasta eso les despojaron, porque esas
tierras inclinadas de montaña eran óptimas para sus parques cafeteros, en
cortas palabras a los caudillos liberales poco les importaba la suerte de los
campesinos, poco les importaba la suerte de los pobres, poco les importaba
acentuar más la miseria.
―Oiga don Yo… eso no me lo explicó la seño Medina.
―Probablemente porque a ella tampoco se lo explicaron así, usted sabe la
historia la cuentan los que ganan no los que pierden. Pero, supongo que usted
como todo buen periodista que es, se debe a la verdad, ¿o no?
―Supone bien… mire, una pregunta más…
―Ajá.
―Y usted como ve a nuestros gobernantes en los últimos años, ¿son liberales o conservadores?
―Es una mezcla de conveniencias lo que vivimos, cuando a los caudillos
les es favorable a sus intereses son libertarios, defensores del libre mercado,
hijos ilustrados amantes de la igualdad y la fraternidad, pero por otro lado
cuando se trata de mantener el estatus quo y sus relaciones de poder son
conservadores de los valores, esos mismos que le dieron forma a la patria, y se
convierten en seres espirituales, seculares amantes de la vida y de la
natalidad, protectores de las costumbres y de los patrones culturales, en
especial en esos donde la conducta es de pleitesía hacia los poderes de siempre,
un ángulo contrapicado entre los ricos y los pobres, es decir, inclinado. No
obstante, ya en los últimos años a los caudillos cuando les es favorable les vemos
matices revolucionarios, defensores del proletariado y de la clase trabajadora,
gallardos paladines contra el imperio y enemigos acérrimos de la oligarquía y las
conspiraciones, en fin… todo lo que aguante el papel, o mas bien dicho, el
soporte digital de la red social.
―¿Usted cree que el caudillismo merma ahora en el siglo XXI y para el
futuro?
―Naaa… lejos de eso, resurge con más fuerza. El mundo se encamina
hacia una era de nuevas autocracias, ya que los países o sistemas con esas
formas de liderazgo son los que parecen tener éxito en el concierto global, sino
vea el caso de Singapur y su
caudillo Lee Kuan Yew, este es un pequeño Estado con un
alto índice de desarrollo e ingreso per cápita, no obstante, llega a tanto el
autoritarismo allí que uno se puede ir preso por mascar chicle en la calle, o
por estar desnudo dentro de su misma casa. Vea el caso de la Rusia de
Putin, la Turquía de Erdoğan, la China de Xi Jinping, la Arabia de la monarquía
Saudí, o la Polonia de Kaczynski, o la Hungría de Orbán. Hoy en día los
caudillos no se clasifican a partir de su corriente ideológica, más bien ahora son
populistas y sus discursos son una ensalada de todo lo que la gente necesita
escuchar, asegurándose así de controlar los medios de comunicación, aplicando bulling
en las redes sociales a las voces disonantes a ellos, controlando además los poderes
del Estado (legislativo y judicial) e instituciones autónomas que deberían de
ser independientes por salud democrática. Eso sí, los caudillos ayer, hoy y
siempre deben tener habilidades mediáticas, llámese a lo largo de la historia,
Benito Mussolini, Adolf Hitler, Donald Trump, etcétera, etcétera, etcétera.
―¿Y cuál es la alternativa según usted?
―Fácil… leer más y ser selectivos con la información que consumimos en los
medios de comunicación, cuestionar todo y, siempre, siempre desconfiar de la
clase política. Confiar en un político es como creer que nos dice la verdad un
vendedor de carros usados. Jamás debemos creer todo lo que dice un caudillo, porque
parte del secreto de su encanto es decir con toda firmeza verdades a medias y
ocultar sus intereses mezquinos.
―Pero usted no me va a negar don Yo que hablan bien chévere… por cierto,
¿usted cree que Nayib Bukele es un caudillo?
―Mire, usted es periodista y yo soy escritor, pero sobre todo somos
pequeños empresarios, y la lógica nos dice que calladitos nos vemos más bonitos
sobre esa cuestión.
―Pero en mi carrera decir la verdad es imprescindible, por eso insisto
en la pregunta, ¿Nayib Bukele es un caudillo?
―Sea dialéctico mi estimado amigo, sea dialéctico en el pensamiento y en
el lenguaje.
De pronto una gran tormenta comenzó a caer de manera inesperada y tuve que
correr apresurado a cerrar las ventanas y la puerta del jardín, al hacerlo y
ver hacia afuera noté que la ropa que estaba en el tendedero ya estaba mojada
por completo por mi distracción y no valía la pena salir a empaparse por ella, y
pensé: Vaya forma de saber que volvía a llover sobre mojado.
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