Moraleja: “Nunca
ocultemos la verdad”
De lo simple a lo complejo,
trataré de iniciar un análisis modesto sobre la recién derogara ley de amnistía
en El Salvador. Esta ley por si sola había sido vendida a la sociedad como
necesaria para la reconciliación después de los acuerdos de paz.
Sin embargo, cómo podría haber
reconciliación sin pedir disculpas, cómo podría existir una verdadera dispensa
sin confesar la verdad al ofendido, por eso la justicia es necesaria en casos
de crímenes graves cuando el olvido es imposible, cuando la única forma de
sanar esas heridas es a través del resarcimiento de los daños ocasionados.
En realidad el documento
firmado entre la ex guerrilla del FMLN y el gobierno del entonces presidente
Afredo Cristiani jamás mencionó una ley de amnistía, por lo tanto muchos
analistas parten que fue un artilugio político para encubrir los crímenes de
lesa humanidad y los excesos de la guerra civil, que en toda guerra sucede en
uno y otro bando.
En su momento a principios de
la década de los 90 no se prestó mayor objeción al respecto, pues la tal anhelada
“paz” era un logro que nos permitía respirar a un pueblo tribulado por un conflicto armado de más de
10 años de guerra abierta.
Pero en la medida que pasaron
los años y las décadas, fue cada vez más insostenible dicha ley, porque muchos reconocidos
asesinos y torturadores se pasean con libertad a expensas de las miradas
impotentes de las víctimas y sus familiares.
A la luz pública los homicidas
viajan y se dan buena vida, montan empresas y otros se dedican a la cosa pública
en forma descarada, unos fueron o son diputados, ministros, e incluso llegan al
poder ejecutivo. Gracias a la ley de amnistía la salud mental colectiva se ha
deteriorado día tras día, tanto que los valores de justicia y verdad los vemos
lejanos, casi utópicos.
La esperanza de un cambio nunca
llegó y nosotros, el pueblo, ya casi no creemos en nada, es más, la noticia de
la derogación de la amnistía puede ser inadvertida si la sociedad civil lo
permite. Las organizaciones tienen la oportunidad de oro para hacer valer el
poder popular, o voluntad ciudadana para los que les guste el vocabulario más
moderado.
Si asesinos nos han gobernado a lo largo de la
historia, la violencia y los homicidios terminan siendo nuestro pan de cada día.
Como conclusión general me
permito afirmar más allá de las mordazas de los medios de comunicación: la derogación
de la ley de amnistía no atenta contra las ideologías ni contra las personas de
izquierda o derecha, tampoco es lesiva a nuestro sistema político como algunos analistas o líderes de opinión afirman.
A los únicos que lesiona esta
derogación es a los asesinos y en forma especial a los que tienen una cola larga
que patear, y por su puesto a sus lacayos, a los asesores de los asistentes de
los suplentes, que creyeron que un simple artilugio
legal sería suficiente y que la historia nunca les pasaría su respectiva factura.
Esta es una oportunidad
inigualable para que nos sacudamos de una vez por todas el karma que hemos arrastrado
por décadas, ese cáncer que carcome profundo a la sociedad salvadoreña.
Cortemos de tajo la raíz del
mal, que es ese segmento de la clase política que tanto nos hace daño y demos paso a nuevos
liderazgos, que surjan tanto en el seno de la sociedad civil, así como el relevo generacional justo y necesario de los partidos mayoritarios.
NOTA: La problemática de violencia actual que vivimos no es fácil de entender, es compleja como la sociedad misma, es
confusa en medio de todas las distracciones y memes emitidos por los troles
profesionales y los tergiversadores de la verdad. El papel de los comunicadores
es importante en momentos especiales para informar y orientar, más aun entre
tanto ruido comunicativo. Por eso me esfuerzo por ser independiente y brindar al receptor un punto diferente, donde investigamos y escribimos temas sensibles,
que muchas veces para ser comprendidos no basta un simple artículo, más bien se
necesita un libro y un poco de metáfora o literatura para lograrlo.