Acuerdos de paz en
Colombia
Mientras escribo y escribo en
esta aventura de la literatura, a veces me desconecto de las redes sociales y
medios de comunicación, o me “desmediatizo” para concentrarme en esto de las
letras... de pronto me doy cuenta que firman la paz en Colombia y en definitiva no
podemos callar.
Soy latinoamericano, soy
salvadoreño y sufro los embates de los políticos por sus erradas decisiones de
no asumir con responsabilidad un proceso de post-guerra. La experiencia
salvadoreña debe de ser capitalizada por la sociedad colombiana.
Los editoriales parecen ser
claros en cuanto a las tendencias ideológicas, y los ciudadanos también no
estamos para que venga un medio de comunicación a tratarnos de persuadir en
cuanto a nuestra opinión sobre uno de los conflictos civiles mas añejos del
continente, ya todas las personas tienen hoy en día su posición clara al
respecto del caso colombiano.
En lo particular me gustaría dirigirme al colombiano común y corriente, y teniendo en cuenta que las redes sociales me lo permiten les puedo desde este humilde ordenador darles un consejo como salvadoreño: “La verdad es un tesoro que debemos valorar más allá que cualquier dogma”.
Por qué les digo eso, bueno porque
a veces nos aferramos a una idea sublime (noble) pero por desgracia la clase
política no tiene esos códigos y su habilidad es el mero afán del poder sin
medir las consecuencias para obtenerlo, y por ahí debemos los ciudadanos
(sociedad civil) bajarlos a la tierra para que no nos embobezcan con sus discursos
de plazuela.
El presidente salvadoreño es invitado como testigo de honor para la firma de los acuerdos de paz colombianos; sin embargo, él es señalado por sectores de la sociedad salvadoreña como responsable directo de crímenes de lesa humanidad. La amnistía lo protege de cualquier proceso o juicio, evitando el esclarecimiento de los sucesos señalados, y por ende, la exposición de la verdad.
Los salvadoreños caímos en un
error social el cual estamos pagando con creces: se llama amnistía, los
colombianos en la medida que sea posible no deben caer en ese hierro. El
principio es simple y no se necesita tener tres dedos de frente para
entenderlo: un crimen de lesa humanidad no puede, no debe, ser amnistiado.
Eso evita que se conozca la
verdad, eso evita que se haga justicia, eso impide que se cierren las heridas,
eso veda el camino a la reconciliación. Sin perdón no hay olvido, sin verdad no
puede haber dispensa.
Es bien fácil de entender y
no hay que hacerse chibolas con el asunto, aun cuando la propaganda y los
discursillos mediocres de los asesores políticos apelen al dogma de izquierda o derecha. ¿Cómo
voy a perdonar a alguien que no me dice la verdad de lo que me hizo? ¿Cómo voy
a sentirme libre de pecados sin ser sincero
con el ofendido?
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