10/8/09

El Viento

A mi Amigo/Hermano Franklin Quezada y a su paso liviano.

El viento sopla con su arrastrante fuerza y las nubes se pintan de gris nuevamente, ella camina con sus ojos fríos, tanto que congelan las miradas, resignadas y tristes como esperando invierno, erguida y espigada la figura de hielo sigue contra el viento inspirando autoridad, devorando un paso tras otro entre espejos vidrio cemento y su rostro largo inquebrantable. A un costado en lo alto en un balcón, la rosa arrogante de Manhattan, abriendo sus pétalos finos mágicos vanidosos sin sol, en la luz difusa de otoño que se viene arrebatando por los barrios de colores opacos, con su vendaval de hojas agonizantes, aún vivas por el viento que las mueve volantes hacia el sur y en su canto llano lamenta el decrepito destino inesquivable como el viento mismo en dirección incierta. Vasto imperio verde que después de cubrirlo todo con hojas y aves, sedes en aquellas latitudes tu vitalidad a otros parajes y finalmente camina tu pueblo medio muerto junto al viento entre amarillos, rojos, anaranjados, cafés y corren sin voluntad, con sus sentencias en la mano, hasta quedar sepultados bajo la sombra de una nevada asegurando una fértil primavera.

Pero más allá de la muerte y la vida, el viento continúa su camino en perenne movimiento como las espumas del mar siempre existiendo. Con suerte aquel aliento frío del norte se encontrará por fin en un cauce liviano. Convertido, después de tanto tiempo de recorrer diferentes horizontes, en brisa tropical de abril bajando y besando las montañas entre acacias helechos bálsamos orquídeas begonias, deslizante por las quebradas húmedas donde espera sigiloso el torogoz, alguna manada de xaras, diminutas mariposas blancas revoloteando con el viento en los pastos inclinados de centavos y abajo con olor a caimito el río corriendo con su sonido de perpetua risa natural serpenteando entre las peñas y las cuencas, donde habita el chimbolo luchando contra la corriente, el camarón encuevado entre las piedras, la rana agazapada en los lirios, la salamandra confundiéndose entre los juncales, el zancudo danzando sobre las aguas empozadas más pacientes y el coral verdugo de los inocentes. Todo en la audición sinfónica de las aves, el río y el viento que viaja sólo por viajar sin detenerse ningún momento a descansar, sólo pasa cantando sus ancestrales e infinitos caminos donde el destino le enscena extraños parajes.

Max Herrador



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