Franklin Viento
No lo dudo, fueron mis
primeros recuerdos, tenía quizá cuatro años y mi hermano mayor me golpeaba, el “bulling”
era normal a mediados de los años setenta; pero llegó Franklin y con su guitarra
trataba de apaciguar tal injusticia, tocaba su lira acústica; y yo le veía y
sollozaba.
Mientras frotaba sus dedos
entre las cuerdas yo abría los ojos y sonreía. Que lujo, era Franklin Quezada
tocando y cantando en un recital sólo para mí.
Ahora tengo ya casi cuarenta
y cinco años; y Franklin no sé cuantos, pero cuando llega a mi estudio, mi estimado amigo, siento
como si fuese ayer, rememoro ese mismo cariño que uno puede sentir por un amigo
del alma, ese sentimiento que nos reencuentra con nuestra historia.
Era niño, viví cerca de la universidad al igual que Franklin, éramos
vecinos, pero de pronto llegaron los años ochenta y asesinaron a Arnulfo Romero
y la familia Quezada desapareció, y solo escuchaba a los adultos decir que
todos ellos habían sido capturados.
Mis memorias de Franklin las
eché al gabinete de las tristezas, como muchos recuerdos que tengo de la guerra,
y de pronto con la década siguiente llegó la firma de los acuerdos “de paz”,
mientras vivía el existencialismo de la pura juventud.
De pronto, sin que ni para
qué, vi en una esquina a Franklin caminando, comprando pan… ¡estaba vivo! Lo creí muerto según los decires de los vecinos, cuando lo reconocí lo abrasé y pensé que después
de todo la esperanza y los más intrínsecos anhelos seguían activos, por eso
escribí esto para vos mí estimado hermano del alma:
PD: la novela Ojo
de Venado hubiese sido imposible de hacer sin la inspiración y sin el apoyo
técnico editorial de Franklin, nuevamente gracias mi amigo por continuar dándome
más alegrías.
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