La
semana pasada mi hijo de quince años me contó consternado que un compañerito
suyo había muerto. Al continuar hablando con él e indagando con otros padres me
doy cuenta que fue un suicidio.
Nadie
está exento de este fenómeno extremo provocado por la depresión, condición que
cada vez es más patológica en las sociedades modernas; sin embargo, considero
que la juventud aunada a las situaciones peculiares de nuestra sociedad los
coloca en una posición vulnerable ante los suicidios.
La
adolescencia es la etapa de la vida que los psicólogos del desarrollo llaman
“la edad de la introspección”, es decir, durante estos años las personas son
reflexivas, observando e interpretando el mundo que los rodea, y muchas veces
sin la debida orientación.
A
esta edad los problemas familiares o de la comunidad tienden a afectarles más,
de igual forma las condiciones sociales y políticas la juventud la asimila de
forma directa (sin los filtros que los adultos solemos aplicar), entre estos: los niveles de inseguridad, la problemática
medioambiental y energética, la crisis económica, el deterioro institucional y
de los valores ético-morales, son unos de los tantos factores.
En
apariencia creemos que la adolescencia es indiferente ante estas situaciones,
pero no es así. Consultando con un amigo quien es psiquiatra me explicaba que
todas estas condiciones alteran en formas insospechadas los patrones
conductuales de nuestros hijos, en algunos casos los muchachos se declaran en
franca rebeldía, pero en otros la depresión marca el carácter del individuo.
La
apatía, el retraimiento, la insurrección, las adicciones, el bajo rendimiento académico, son entre tantos el reflejo que presentan los hijos ante las descomposiciones
sociales y familiares.
En
un entorno social hostil que en la mayoría de veces escapa de nuestro control debemos los padres tener
una especial atención a sus expectativas, pero si no tenemos cuidado y no comprendemos esa etapa de “la
introspección” podríamos colocar a nuestros jóvenes en una posición delicada y
peligrosa, al no prestar atención a su problemática social, familiar, escolar y
la de ellos mismos también.
No
atenderles sus problemas propios de adolescentes es el peor error que pudiéramos
cometer, me explicaba mi amigo doctor en psiquiatría, que la comunicación es la
mejor medicina preventiva para su salud mental, hacerles sentir que no están
solos es un buen paso, que siempre pueden contar con el apoyo de su madre y
padre; y ojo, es importante explicarles que el mundo sí les
necesita, por lo que es imprescindible que se incorporen en un futuro cercano con
todas sus energías e inteligencia a la conducción de esta casi náufraga nave
colectiva a la que llamamos “planeta”.
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CUARTA ENTREGA: EL LIBRO, LA GENERACIÓN COMPROMETIDA Y LOS LIBREROS
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