Este modesto
artículo podría ser una carta abierta a esos ambientalistas que defienden a
capa y espada al planeta, al medio natural ecológico que nos rodea, es decir,
escribo esta vez a quienes se preocupan por la vida de los animales, los ríos,
lagos, océanos, y por supuesto, las plantas.
Pero quienes
son en realidad estas personas, ¿serán activistas? o bien, toda esa gente
que está convencida que los recursos vitales del ser humano van en números
rojos.
Me dirijo a
esas personas que saben por simple inspección que caminamos en una clara línea
descendente y peligrosa, por el mal uso que hacemos de los energéticos y cómo
los extraemos, una lógica simple que va más allá de cualquier razonamiento
conspirativo.
No se trata
de ideas de izquierda o derecha, capitalistas o socialistas, estadounidenses o
chinas, pro Trump o pro Maduro, o pro Putín; eso es lo de menos.
Se trata más
bien de tener un mínimo de sentido común, no solo con nuestro entorno social, regional
o planetario, debemos pensar sobre todo en el bienestar de las nuevas
generaciones, o dicho en lenguaje darwiniano, para la preservación de la
especie.
Sin embargo,
hasta dónde llega la avaricia para corromper y saltarnos todas esas razones lógicas
morales que cada ser humano tiene. Por qué contaminamos y seguimos consumiendo
hidrocarburos, por qué seguimos esparciendo plástico, por qué continuamos
talando bosques y contaminando los océanos, por qué se siguen extinguiendo las
especies animales.
La respuesta
es sencilla, somos un mundo corrupto y marufiero,
en todas sus facetas; religiosas, culturales, educativas, jurídicas, económicas,
y sobre todo, políticas. Algunos individuos más que otros, unos pocos no, pero
en última instancia los que tienen el poder sí que lo son.
El argumento
“sensato” que dice que el desarrollo requiere de sacrificios, llámese recursos
naturales, es para las nuevas generaciones una bofetada a su lógica existencial.
¿Qué pasaría
si el presidente, primer ministro o reina, tuviese 13 años y aun
así les tocara decidir sobre su futuro?
Creen que apostarían a las energías limpias, o continuarían haciendo hoyos para
sacar hasta la última gota de petróleo.
A veces nos
confundimos y creemos que la adolescencia y la juventud por ser etapas
introspectivas y de poca experiencia, sean sinónimo de libertinaje, estupidez o
ignorancia. Muchos no comprenden las conductas de las nuevas generaciones, pero
es porque no se ponen en las zapatillas de la gente joven.
Ustedes
creen qué a los octogenarios líderes del mundo les interese que se contamine un
poco más, o menos, la atmosfera con gases que provocan el efecto invernadero, y
que los niveles de CO2 aumenten la temperatura del planeta.
No es por
hablar mal de Donald Trump, sin embargo, sospecho que a sus 73 años de edad, la
posibilidad de que las corrientes interoceánicas se alteren, no son sus
preocupaciones principales ni las que rigen sus políticas o intereses.
Pero
volviendo al inicio del artículo, la lógica nos indica que cada joven es un
ambientalista en potencia, proclive al activismo a favor de la
preservación de la vida, es decir, abogar por la producción de energías
limpias, comercio justo, soberanía alimentaria, mayores reservas naturales y más
servicios eco-sistémicos.
Lo que nos
lleva al inevitable cálculo: Si tuvieras 12 natalicios crees que no
reflexionaras sobre los próximos 50 años del planeta, yo a esa edad reflexionaría seriamente si dentro de 5 u 8 décadas las plantas aun podrían hacer
fotosíntesis… para que este mundo siempre fuese verde, azul y hermoso.
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