El giro que toma la comunicación política no deja de ser preocupante; sin embargo,
la naturaleza de este tipo de relación entre políticos y la
gente (sociedad civil), depende de un factor determinante que es: qué tanta información de calidad demandamos, o cuántos mensajes basura estamos dispuestos
a tolerar.
No estoy en
contra del twitter de los políticos, ni de los usos que le da el joven
presidente salvadoreño a esta red social, ese es su estilo de propaganda, y quién soy para
decirle qué y cómo hacerlo, lo mismo diría de Jair Bolsonaro en Brasil o de Donald Trump, estoy seguro que a la larga se sabrá si les funciona, o es pura megalomanía.
Es más, me
alegra porque un simple twitt o post es más barato que gastar en sendos
anuncios como la tradicional comunicación política manda, ahora gracias a un pajarito electrónico ya no hay necesidad
de vallas, mupis, anuncios de televisión, cuñas de radio, ni onerosos campos pagados en las contraportadas de los periódicos; eso es bueno e inteligente digno de un millennialn.
Lo que me
preocupa en realidad es la forma en que hoy en día se influencia a la opinión pública,
ahora troles compiten por audiencia contra periodistas y los medios de comunicación digitales
de carácter anónimo y tendenciosos, son igual o más visitados que los
que tratan la información de forma profesional.
Estoy seguro
que nadie quiere ser manipulado, pero este arte hoy en día es cada vez más
sofisticado de lo que muchos sospechamos, por eso el inconsciente a veces nos
juega partida doble.
En fin, la solución
es fácil: Primero, seamos perspicaces y desconfiados de toda información política,
ésta debe tener nombre y apellido de quien la emita, de lo contrario recomiendo no leerla o verla con suma desconfianza, porque lo más seguro es que nos intentan manipular. Y segundo, separemos el mero entretenimiento, o chascarrío, de la información seria, la que compete con el quehacer de la
cosa pública.
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