30/1/20

Tacuscalco, la destrucción de un sitio arqueológico

Tacuscalco, la destrucción de un sitio arqueológico.

Sonsonate, El Salvador. Entender lo sucedido en Tacuscalco es tan simple como asumir que en forma deliberada se destruye día a día un sitio arqueológico de primer orden, es decir, de similar importancia cultural como Tikal, Tazumal o Copán.

Desde 2017 supe de esta problemática por mera casualidad, aun no se había divulgado esto en redes sociales, porque los medios de comunicación tradicionales no les interesaba alborotar a sectores académicos e intelectuales.

Tacuscalco corre la misma suerte que tuvo a finales de la década de los 80 “El sitio de Cuscatlán”, otro punto arqueológico de gran importancia destruido por intereses inmobiliarios, y políticos también.

Documentándome con la opinión de Paul Amaroli, un astuto y agudo arqueólogo quien conoció de primera mano la destrucción y saqueo de este sitio, puedo interpretar en pocas palabras que el gabinete de ARENA, partido de gobierno en turno, cedió por completo este patrimonio importante de nuestra identidad a las empresas constructoras, incluyendo la que edificó la actual “embajada de EEUU”, sobre “El sitio de Cuscatlán”.

Toda la historia reciente (últimos 500 años) está plagada de múltiples bofetadas a la identidad nacional. Conservar los símbolos y sitios culturales no figuran en las prioridades políticas de nuestros pseudo gobernantes; pero siendo realistas, por desgracia tampoco para la opinión pública.

El político se mueve tras intereses económicos y electorales. Por eso es lógico pensar que un sitio arqueológico en un país donde sus ciudadanos han sido invadidos (y domados) en repetidas ocasiones por diferentes imperios globales y emergentes, se desestime a lo largo de los tiempos la importancia trascendental de estos lugares.

Aclaro “invasores” es la palabra correcta para calificar a estos sujetos a lo largo de la historia, porque si los definimos como “conquistadores” resulta ser impreciso.

Conquistar puede ser también cuando le llevo flores y utilizo palabras bonitas los fines de semana para “conquistar” una vez más a la doctora de mis sueños, mi novia señora amada.

Para ser preciso: Un invasor es cuando un foráneo llega a mi casa y abusa de mí y de mi familia, y además se queda aparcado en mi cuarto, usa mi cama y mi televisor, y para colmo me bofetea cuantas veces quiera.

En fin, Tacuscalco es eso, la quema de códices de Diego de Landa, las encomiendas, la reforma liberal a finales del siglo XIX y la usurpación de las tierras comunales, la masacre de 1932; y por su puesto, los saqueos de los sitios arqueológicos de Quelepa, de Cuscatlán, y un sin número más de piezas y símbolos que figuran en los museos y colecciones privadas a lo largo de Europa y Norteamérica. Ahora la nueva bofetada se llama: Tacuscalco.



Hace dos años una empresa urbanística vinculada a óscar Ortíz (el saliente ex vicepresidente de la república) y a un reconocido narcotraficante construyó una residencial sobre una significativa parte del sitio arqueológico, cumpliendo el mismo patrón de siempre, saqueo y destrucción del patrimonio nacional. 


Casual los ministros de gobernación, cultura y medio ambiente del FMLN actuaron con paños tibios retardando el uso de la fuerza pública ante los tractores de la inmobiliaria. Sin profundizar en los permisos municipales porque esa es otra plática. La colonia se vendió y se edificó, y por las noches cuentan los locales que las piezas arqueológicas salían para nunca más volver.

Muchos personeros, pseudo líderes y directivos de las organizaciones civiles que protestan contra la destrucción de Tacuscalco están vinculados al FMLN, a ARENA, e incluso, a Nuevas Ideas, es decir, hay tácitos culpables por doquier, ese tipo de personajes que tiran piedras con una mano y esconden la otra.

Cuando la corruptela y las coimas llegan a las voces opositoras la política es perfecta; claro, para el político no para la ciudadanía, y menos para los derechos de los pueblos originarios.

Administrador de la Hacienda Los Cerritos admite la responsabilidad de la destrucción de los montículos piramidales. 15 de enero de 2020.

Ya sé, muchos están pensando sobre los intereses laborales y económicos que implica proteger el (disqué) patrimonio cultural, ¿cuántas fuentes de empleo se cierran? ¿Cuánto capital no se inyecta al desarrollo del país?

Ante contrapuntos semejantes en lo personal prefiero guardar silencio, porque no me gusta embarrarme de heces al intentar razonar eso, porque siempre termina más de alguien escupiendo improperios (dichos puntos son irreconciliables, no vale la pena introducirse a un pozo de arenas movedizas), quizá solamente me atrevería a estudiar cuánto dinero deja el turismo cultural, dicen que son réditos imperecederos.

Hoy en día con el cambio de gobierno los tractores vuelven a arremeter contra Tacuscalco, así como ha sucedido a lo largo de nuestra historia criolla, esta última vez no fueron los constructores de residenciales, sino, los empresarios agro-industriales (cañeros), quienes movilizaron sus maquinarias contra lo que queda del sitio arqueológico.

La actual ministra de cultura famosa por haber sido bailarina ahora danza al son de la misma tonada que bailó el gobierno del FMLN en su momento, mientras tanto las palas de los tractores destruyen los últimos montículos piramidales.

Pero, ojo, no nos confundamos el principal problema no es político ni jurídico, sino cultural; digo cultural por nuestros habituales patrones conductuales. ¿Qué tanto estamos dispuestos a ser bofeteados otra vez? ¿Qué tan importante es la identidad y la pertenencia de sentirnos salvadoreños?

Otro dato, en Perú acaban de detener a un señor por intentar dañar unas piedras de los muros de Machu Picchu. Lea nota.

¿Dónde está ese movimiento orgánico ciudadano que nos vendieron en las elecciones pasadas? ¿Dónde está la nueva forma horizontal de hacer política?

Dónde está el discernimiento del profesor, del influencer en las redes sociales, del vice ministro; o más aún, dónde está la reflexión de la madre o padre de familia.


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