Sonsonate, El Salvador. Entender
lo sucedido en Tacuscalco es tan simple como asumir que en forma deliberada se destruye
día a día un sitio arqueológico de primer orden, es decir, de similar importancia
cultural como Tikal, Tazumal o Copán.
Desde
2017 supe de esta problemática por mera casualidad, aun no se había divulgado
esto en redes sociales, porque los medios de comunicación tradicionales no les
interesaba alborotar a sectores académicos e intelectuales.
Tacuscalco
corre la misma suerte que tuvo a finales de la década de los 80 “El sitio de Cuscatlán”,
otro punto arqueológico de gran importancia destruido por intereses
inmobiliarios, y políticos también.
Documentándome
con la opinión de Paul Amaroli, un astuto y agudo arqueólogo quien conoció de
primera mano la destrucción y saqueo de este sitio, puedo interpretar en pocas
palabras que el gabinete de ARENA, partido de gobierno en turno, cedió por
completo este patrimonio importante de nuestra identidad a las empresas
constructoras, incluyendo la que edificó la actual “embajada de EEUU”, sobre
“El sitio de Cuscatlán”.
Toda
la historia reciente (últimos 500 años) está plagada de múltiples bofetadas a la identidad nacional. Conservar los símbolos y sitios culturales no figuran en las
prioridades políticas de nuestros pseudo gobernantes; pero siendo realistas,
por desgracia tampoco para la opinión pública.
El
político se mueve tras intereses económicos y electorales. Por eso es lógico
pensar que un sitio arqueológico en un país donde sus ciudadanos han sido
invadidos (y domados) en repetidas ocasiones por diferentes imperios globales y
emergentes, se desestime a lo largo de los tiempos la importancia trascendental
de estos lugares.
Aclaro
“invasores” es la palabra correcta para calificar a estos sujetos a lo largo de
la historia, porque si los definimos como “conquistadores” resulta ser
impreciso.
Conquistar
puede ser también cuando le llevo flores y utilizo palabras bonitas los fines
de semana para “conquistar” una vez más a la doctora de mis sueños, mi novia señora
amada.
Para
ser preciso: Un invasor es cuando un foráneo llega a mi casa y abusa de mí y de
mi familia, y además se queda aparcado en mi cuarto, usa mi cama y mi
televisor, y para colmo me bofetea cuantas veces quiera.
En
fin, Tacuscalco es eso, la quema de códices de Diego de Landa, las encomiendas,
la reforma liberal a finales del siglo XIX y la usurpación de las tierras comunales, la masacre de
1932; y por su puesto, los saqueos de los sitios arqueológicos de Quelepa, de Cuscatlán, y un sin
número más de piezas y símbolos que figuran en los museos y colecciones
privadas a lo largo de Europa y Norteamérica. Ahora la nueva bofetada se llama:
Tacuscalco.
Hace dos años una
empresa urbanística vinculada a óscar Ortíz (el saliente ex vicepresidente de la
república) y a un reconocido narcotraficante construyó una residencial sobre
una significativa parte del sitio arqueológico, cumpliendo el mismo patrón de
siempre, saqueo y destrucción del patrimonio nacional.
Lea reportaje de El Faro publicado en abril de 2018.
Casual
los ministros de gobernación, cultura y medio ambiente del FMLN actuaron con paños tibios
retardando el uso de la fuerza pública ante los tractores de la inmobiliaria.
Sin profundizar en los permisos municipales porque esa es otra plática. La
colonia se vendió y se edificó, y por las noches cuentan los locales que las
piezas arqueológicas salían para nunca más volver.
Muchos
personeros, pseudo líderes y directivos de las organizaciones civiles que protestan
contra la destrucción de Tacuscalco están vinculados al FMLN, a ARENA, e
incluso, a Nuevas Ideas, es decir, hay tácitos culpables por doquier, ese tipo de personajes que tiran piedras con una mano y esconden la otra.
Cuando
la corruptela y las coimas llegan a las voces opositoras la política es
perfecta; claro, para el político no para la ciudadanía, y menos para los
derechos de los pueblos originarios.
Administrador de la Hacienda Los Cerritos admite la responsabilidad de la destrucción de los montículos piramidales. 15 de enero de 2020.
Ya
sé, muchos están pensando sobre los intereses laborales y económicos que
implica proteger el (disqué) patrimonio
cultural, ¿cuántas fuentes de empleo se cierran? ¿Cuánto capital no se inyecta
al desarrollo del país?
Ante
contrapuntos semejantes en lo personal prefiero guardar silencio, porque no me
gusta embarrarme de heces al intentar razonar eso, porque siempre termina más
de alguien escupiendo improperios (dichos puntos son irreconciliables, no vale
la pena introducirse a un pozo de arenas movedizas), quizá solamente me
atrevería a estudiar cuánto dinero deja el turismo cultural, dicen que son réditos
imperecederos.
Hoy
en día con el cambio de gobierno los tractores vuelven a arremeter contra Tacuscalco,
así como ha sucedido a lo largo de nuestra historia criolla, esta última vez no fueron los constructores de residenciales, sino, los empresarios
agro-industriales (cañeros), quienes movilizaron sus maquinarias contra lo que
queda del sitio arqueológico.
La
actual ministra de cultura famosa por haber sido bailarina ahora danza al son de
la misma tonada que bailó el gobierno del FMLN en su momento, mientras tanto las
palas de los tractores destruyen los últimos montículos piramidales.
Pero,
ojo, no nos confundamos el principal problema no es político ni jurídico, sino
cultural; digo cultural por nuestros habituales patrones conductuales. ¿Qué
tanto estamos dispuestos a ser bofeteados otra vez? ¿Qué tan importante es la
identidad y la pertenencia de sentirnos salvadoreños?
Otro
dato, en Perú acaban de detener a un señor por intentar dañar unas piedras de
los muros de Machu Picchu. Lea nota.
¿Dónde
está ese movimiento orgánico ciudadano que nos vendieron en las elecciones
pasadas? ¿Dónde está la nueva forma horizontal de hacer política?
Dónde
está el discernimiento del
profesor, del influencer en las redes
sociales, del vice ministro; o más aún, dónde está la reflexión de la madre o
padre de familia.
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