28/1/18

1932, El origen del conflicto

1932, El origen del conflicto

Hace 86 años el gobierno del General Maximiliano Hernández Martínez ejecutó a más de 25 mil indígenas en la zona occidental del país, así como a una incipiente clase obrera de corte revolucionaria en las zonas urbanas. La historia es bien conocida y cada quien tiene su propia lectura de los hechos; sin embargo, a pesar que existen estudios serios al respecto gran parte de la memoria colectiva es de carácter anecdótica y poco objetiva.

Muchos afirman que fue el inicio del conflicto civil salvadoreño y el asentamiento de las dictaduras militares que se mantuvieron en el poder hasta los años 80. Pero más que eso fue el rompimiento de la identidad indígena salvadoreña y por ende una perdida cultural nacional. Por eso considero importante desmitificar muchas versiones y ver los sucesos del 32 con óptica ecuánime, haciendo un acercamiento más fiel a la verdad.

Nicolás Sánchez miembro del Movimiento de Unificación Indígena de Nahuizalco (MUINA), nos comparte su punto de vista de cómo afectó la masacre de 1932 en la cultura y vida cotidiana de los pueblos indígenas.

Por desgracia este tipo de exposiciones o reportajes no pueden ser escuetos, pero trataremos en lo posible de reducir el texto para una fácil y didáctica lectura.

Haciendo un contexto general de la época lo primero que destacamos a nivel internacional es la revolución rusa (génesis de la Unión Soviética en 1917), el comunismo extendía en la década de 1920 su influencia a través del surgimiento de los partidos comunistas de cada país, El Salvador no fue la excepción. Además fue un periodo difícil pues las economías mundiales estaban golpeadas por la “gran depresión” en EEUU, por lo tanto los levantamientos y crisis sociales estaban a la orden del día en todo el mundo.
                    
A este momento de la historia se le conoció como “periodo entre guerras”, las potencias mundiales se preparaban para un conflicto armado de grandes proporciones; de ahí que las castas militares tomaran en algunos países fuerza y poder político: Mussolini en Italia, Franco en España, Tojo en Japón, Hitler en Alemania; Latinoamérica no era la excepción y El Salvador también tuvo su “hombre fuerte”, quien fue el General Maximiliano Hernández Martínez.

La depresión económica, la geopolítica previa a la segunda guerra mundial, el empuje del comunismo a nivel internacional, y por último, pero no menos influyentes las ideas del determinismo racial(1) motivadas por las teorías del darwinismo social que justificaban a muchos gobiernos e intelectuales del mundo el exterminio de los pueblos originarios y minorías étnicas. Todos estos en resumen eran los factores externos que condujeron a uno de los genocidios más significativos del siglo XX, la masacre indígena de 1932 en la zona occidental del país, en específico en la otrora provincia colonial de Sonsonate.

Al respecto a la política salvadoreña podemos mencionar que la reforma liberal impulsada a finales del siglo XIX (1871-1890) cobraba su factura social con el devenir de los años, es decir, al desproteger los derechos de los pueblos originarios, ya que dichas reformas extinguieron los ejidos (tierras comunales) y la iglesia católica perdió gran parte de su influencia sobre estos sectores al constituirse un Estado laico (tomando en cuenta que el clero apaciguó a lo largo de la historia colonial y conservadora en la incipiente república las reivindicaciones indígenas). La iglesia siempre jugó el rol de ser la institución intermediaria entre los originarios americanos con los conquistadores.

Al separar a la iglesia católica de las funciones que le competían por tradición, como: la educación, la resolución de conflictos étnicos y adjudicación de las tierras (ejidos), se rompió el vínculo entre Estado y pueblos originarios lo que llevó a un claro desbalance a favor de la clase domínate criolla, quienes ostentaban el poder político desde la independencia centroamericana.

No es el objetivo de este análisis hacer un recuento de los acontecimientos o detallar los hechos, pues ya hay investigaciones serias al respecto, hay documentos que exponen al detalle lo cruel que fueron los sucesos, de cómo se masacró a tanta gente y cómo el desborde del alzamiento atropelló a civiles que se vieron entre los dos sectores, no debemos negar que existió una clase media que pagó por los platos rotos en el occidente del país, por así decirse, pues muchos pequeños comerciantes se vieron afectados por los saqueos que el desborde de la inconformidad indígena provocó.

Comunismo e indígenas

Centrando la discusión de la relación particular entre el movimiento indígena y el partido comunista con sus consecuencias culturales en la sociedad salvadoreña podemos decir que: según el antropólogo Carlos Lara en el documental “La Negación Indígena 1932” producido en el año 2007 por audiovisuales de la UCA (Universidad Centroamericana José Simeón Cañas), nos dice el académico: “La cuestión (relación) del partido comunista con el movimiento indígena se ha sobrevalorado, no negaría que sí hubo una influencia, pero fue una influencia mínima, en realidad fue un movimiento (levantamiento indígena) de carácter autónomo que tenía que ver con los conflictos étnicos que se desarrollaban en las diferentes localidades del país”.

Carlos Lara (antropólogo)

A lo que Carlos Lara se refiere a “conflictos étnicos” es la discriminación racial que la constitución alentaba, que era propia de la coyuntura y la tenencia de las tierras “del común” o “comunales” que también la misma constitución (de corte liberal) abolía, llevando al tope la conflictividad de los pueblos originarios con las autoridades de la república, mas allá de la tendencia comunista de la época y la geopolítica de las guerras mundiales.

Los conceptos “comunista” con “tierras comunales”, o “alcalde del común” (quien era la autoridad indígena) se traslaparon, las palabras se parecían y generó confusión. A nivel general se hizo la relación automática entre pueblos indígenas y comunismo. Tomando en cuenta que en ese momento dominaba una sociedad criolla liberal que tenía por identidad nacional “el anticomunismo”; por lo tanto, se marcó de inmediato el estereotipo de ver a los pueblos originarios como enemigos y de igual forma todas sus expresiones culturales: idioma, vestido, costumbres, música y demás tradiciones.  Entonces el abuso jurídico no se hizo esperar, aprovechando los terratenientes criollos para apropiarse de las tierras indígenas que aun les pertenecían.

Pío Quinto tenía 3 años cuando sucedió la masacre indígena de 1932 hace 86 años, él narra los sucesos que le contó su padre, quien se salvó de dicha matanza.

Al final el ejército salvadoreño al mando del célebre general Maximiliano Hernández Martínez inició su represión ejecutando a los principales líderes del alzamiento: Farabundo Martí del Partido Comunista y los estudiantes universitarios Luna y Zapata. Por parte de los izalcos de Sonsonate se llevó a la horca a Feliciano Ama quien era el Alcalde del Común, que según Carlos Lara tenía como principal objetivo revertir las expropiaciones de tierras comunales a los dueños originarios, más que imponer como régimen las ideologías comunistas o socialistas.

Si bien es cierto existen investigaciones serias al respecto e intelectuales de renombre tanto nacionales e internacionales que retoman el tema de la masacre de 1932, aun se mantiene un nivel de reserva social sobre los verdaderos acontecimientos durante el levantamiento indígena. El fantasma del comunismo aun blandee la opinión pública y a pesar que la guerra fría terminó hace más de 25 años, al parecer mantener vivo este espectro significa un tipo de terrorismo mediático que favorece a las clases dominantes.

Universidad de Columbia. Nueva York

El pasado 9 de diciembre de 2017 el instituto de derechos humanos de la Universidad de Columbia de Nueva York, en la conferencia anual que realiza para visibilizar los atropellos históricos a nivel mundial retoma la masacre indígena de 1932, como un suceso histórico de relevancia para la humanidad. Intelectuales, académicos e investigadores sociales de renombre exponen y relatan sus puntos de vista; para el caso el año pasado el tema fue la masacre indígena de 1932.

El genocidio armenio ejecutado por el Imperio Otomano durante la primera guerra mundial y el holocausto judío realizado por los alemanes en la segunda guerra mundial no tienen mayor diferencia a la masacre de 1932, debido a que el exterminio étnico era el principal motivo de acción, justificado por el “bien mayor” hacia la patria, como política de desarrollo del país homogéneo.

El determinismo racial hizo que toda razón jurídica fuese insuficiente para impedir los hechos, la opinión pública “ilustrada” se hizo de la vista gorda mientras el ejército masacraba a las comunidades indígenas, terminando de usurpar sus tierras y poderes autónomos.

En 1932 el liberalismo salvadoreño estaba en una franca crisis política y ante el vacío de poder los militares lo toman bajo la avenía de los grupos conservadores, de ahí la explicación racional del golpe de Estado propinado por Martínez a Arturo Araujo.

Los tres relatores que formaron parte de la conferencia en Nueva York el pasado diciembre fueron: 

Erik Ching profesor de la Universidad Furman de Carolina del Sur, autor de los libros “Autoritarismo, El Salvador” e “Historia de las Guerras Civiles en El Salvador”; quien a través de su trabajo investigativo logra develar por medio de una serie de testimonios opiniones divergentes al genocidio, al final el lector se forma una idea objetiva de los hechos del 32.

La lingüista Ebany Dohle de la Universidad de Londres investiga cómo se configura los procesos de categorización semántica, léxica y cognitiva, así como la formación de identidad indígena, demostrando que la masacre del 32 tuvo un impacto negativo en la identidad, cultura y lenguaje de los pueblos originarios en El Salvador.

Héctor Lindo Fuentes profesor de la Universidad de Fordham (también de Nueva York), quien se especializa en historia salvadoreña, autor de los libros: “Recordando una masacre en El Salvador” y “Mentes Modernizadoras en El Salvador”; nos habló en su relatoría cómo el discurso político de diferentes líderes evocan los hechos del 32 y cómo es asumida la masacre en la identidad social.



Grupo 32

En la actualidad hay quienes nos interesamos en conocer este pasaje de la historia, no para buscar una condena hacia una facción ideología determinada, mas bien, muchos indagamos la verdad porque sabemos que es el camino inequívoco para no repetir los dolores del pasado, con el objeto de no justificar genocidios presentes y futuros.

Al experimentar la situación de violencia generalizada que vivimos hoy en día, que incluso, sobrepasa en creses la cantidad de fallecidos y víctimas de la masacre del 32; nos hace reflexionar sobre la necesidad de retomar y revisar la historia contada de hace 86 años, no solo para estudiar los acontecimientos por el mera razón antropológica, más bien, para entender la génesis de nuestra conflictividad civil, es decir, la polarización social. De esta manera se nos abre un panorama diferente de ver nuestra realidad.

Bajo esta óptica “El Grupo 32” nos auto determinamos como un colectivo de personas comunes y corrientes, que vemos y leemos de forma simple la historia, entendiendo que para reconciliar la conflictividad de un pueblo es necesario aplicar justicia, y para eso es imprescindible conocer la verdad, porque ésta es el punto de partida de la solución de la problemática social que vivimos.

No podemos construir el futuro sobre conceptos fantasmas y consignas falsas, no podemos heredarles a las nuevas generaciones topes mentales, ni artículos pétreos que avalen el irrespeto a los pueblos originarios y su cosmovisión. El derecho al uso de la tierra, el agua, el aire, son los principio básico de los pueblos indígenas y desde el momento que se les usurpó este derecho el conflicto creció hasta donde ahora conocemos y sufrimos. 


Nicolás Sánchez nos define la espiritualidad de los pueblos originarios versus la espiritualidad occidental.

En conclusión: el modelo (ahora neo-liberal) del Estado salvadoreño no contempla la restauración de los derechos perdidos de los pueblos originarios, no contempla la devolución de sus tierras que es el principio del conflicto, y mucho menos considera la concesión de autonomías territoriales a los indígenas salvadoreños.

El retorno a las concesiones de las tierras comunales o cualquier figura similar sería un sacrilegio, no solo para los actuales grupos hegemónicos de poder, sino, para la clase política “revolucionaria” de la izquierda salvadoreña, y lo digo con propiedad pues este tipo de propuestas está ausente en el discurso político tanto del FMLN (Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional) como el de Nayib Bukele, el joven alcalde aspirante a presidente que suele agenciarse la voz de la izquierda tradicional.


 ANEXOS








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