Ley
de Cultura – El Salvador
(breve análisis)
La ley de
cultura de El Salvador fue aprobada hace dos año, sin embargo, hasta ahorita no
hay ningún análisis de ella, a no ser la opinión de artistas quienes la han
leído y los burócratas que intentan implementarla.
Un ejercicio
que realicé desde que se publicó fue preguntar dentro del gremio de artistas y
periodistas qué opinión tenían de dicha ley; y lo primero que me doy cuenta es
que casi nadie la ha leído, por lo tanto, veo la necesidad de hacer un breve
análisis al respecto.
Tomemos
entonces como punto de partida la definición de la interrogante ¿Qué es
cultura? Podría llenar sendos párrafos dando sesudos conceptos, pero les refiero
mejor de lo fácil a lo complejo: Cultura es el legado social que recibimos, y a
su vez, es la herencia que dejamos a las nuevas generaciones.
Si nos
tomamos el tiempo y reflexionamos un par de minutos sobre este sencillo
concepto, llegamos a la conclusión que la cosa no es tan fácil como se lee.
Porque el legado que recibimos es económico, político, ideológico, patrimonial…
ah, y también artístico.
Es decir,
somos complejos, estemos donde estemos o, seamos quienes seamos. Por lo tanto,
legislar la cultura no es cualquier cosa, ¿cómo hacer leyes que procuren el
cultivo de patrones de conducta y valores que nos beneficien a corto, mediano y
largo plazo?
Ley de
Cultura – República de El Salvador
Si ven el
cuadro anterior sentirán lo mismo que yo cuando lo leí por primera vez: Wauuu… me quedé con la boca abierta, y dije
a mi mismo, “esta ley está en todo…” porque asume que el comportamiento (colectivo) es un patrón cultural.
Pero por
desgracia apenas era la segunda página del documento, en la medida que fui
leyendo hoja tras hoja perdí en forma paulatina el asombro inicial, y luego al
final, terminé con la simple conclusión conformista:
“Bueno… peor es nada”.
A pesar que
la ley identifica y define asertivamente: cultura, identidad, diversidad, el
derecho de los pueblos originarios, la diáspora; e incluso, introduce y
fortalece conceptos culturales importantes como: la producción, la industria,
el artista, la protección intelectual y el fomento de las condiciones
optimas para el desarrollo cultural.
Los primeros
tres capítulos podrían ser lírica jurídica, lo malo fue cuando llegué a la
página 8 donde habla sobre la gestión estatal de la cultura, y de ahí en
adelante pude ver un cambio radical en el espíritu de la ley.
Según el
resto del documento la cultura se institucionaliza a favor de los burócratas y de las elites
artísticas, dándole a ambas, el rol dominante del discurso cultural y la concierna
artística, dejando afuera la diversidad, el crisol de las expresiones
populares, sean las que fuesen.
Qué quiere
decir esto; bueno, esta ley desentiende que la cultura es un intangible
social de dos variables: emisor y receptor, en donde ambos son actores
protagónicos, ni uno es más importante que otro. Las conductas colectivas y sus
expresiones de identidad marcan patrones, y viceversa, los artistas y su
producción son el reflejo propositivo de cambios positivos. Por eso se dice que
las sociedades son dinámicas.
Pero qué
tanto el público se identifica con el artista, qué tanto el burócrata le
interesa el patrón cultural y los valores conductuales de la gente, y por
último, qué tanto la producción cultural es fomentada.
En estas
reflexiones anteriores la ley no nos da respuestas claras. El fomento artístico
lo centra en un aparato burocrático (que como sabemos puede ser arbitrario), y por
otra parte el apoyo a la producción cultural lo conciben en una serie de
premios como estimulo de un discurso artístico homogéneo, es decir,
unidireccional, elitista, y por qué no decirlo, dictatorial.
Entre otras
observaciones la ley no menciona en forma clara otras expresiones de diversidad
cultural, limitándose a nuestras raíces originarias (cultura mesoamericana); el
documento no asume nuestro multiculturalismo, no hay ningún reglón sobre las
afro descendencias, o sobre otras identidades llámese árabes, sefardíes, entre
otras.
Como
periodista o crítico no es mi afán descalificar un trabajo legislativo que en esencia
quizá es bueno; aunque para emitir un juicio más certero admito que es muy
pronto para hacer una evaluación de la verdadera dirección que lleva la Ley de
Cultura.
El
Ministerio de Cultura apenas se estrena y el beneficio de la duda aun es de
ellos, por lo tanto, lo que sí puedo recomendar a cualquiera antes de juzgar es:
leer la ley.
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