12/5/14

Las Pandillas en El Salvador, un análisis cultural

Las Pandillas en El Salvador, un análisis cultural
Foto y texto: Max Herrador

Para hablar de cultura es inevitable hablar de los patrones conductuales de la sociedad, hacer un análisis cultural salvadoreño no necesariamente es evaluar la producción artística; este artículo no trata de la calidad de los eventos, llámese ,“culturales”: danza, teatro, pintura, música.

Esta interpretación que modestamente hago es bajo el concepto clásico de cultura, que es, ese conocimiento o sabiduría popular que se hereda de generación en generación, y a lo largo de los años se manifiesta a través de  hábitos, costumbres y tradiciones; lo que refleja un sistema de valores sociales y artísticos, éticos y morales; que damos por sentados según la conciencia colectiva.

Por eso en el caso salvadoreño es inevitable hablar de la violencia, de la pobreza, la marginación, la migración, la post-guerra y la alta polarización política en que vivimos. Les comparto entonces mis análisis, mis apuntes; que por seguro son sujetos a mayor profundización y discusión.


La violencia

¿Por qué nos hemos convertido en una de las sociedades más violentas del mundo?, con un promedio actual (mayo de 2014) de más de 65 homicidios por cada 100 mil habitantes. ¿Qué circunstancias nos han llevado a esta encrucijada social de vivir en medio de un fenómeno pandilleril arraigado? Según censo publicado por el ministerio de seguridad son 40 mil pandilleros aproximadamente y 470 mil personas que están vinculadas con estas estructuras entre familiares y socios.

La sociedad e instituciones están caladas por el fenómeno de las pandillas, el cual evoluciona año con año porque es producto de un sistema y también producto de nuestra cultura misma. Difícil de aceptar esto último, pero es cierto, los valores que el mismo país fomentó desde los anales de su historia hace 200 años cuando nació la república y que mantiene hasta la fecha, develan la exclusión social como actitud normal, como parte de la idiosincrasia, creando un manto de invisibilidad a la injusticia pero sobre todo a la pobreza a gran escala.

Un asaltante yace muerto en el piso tras ser sorprendido por un cliente que reaccionó ante el atraco. Una fiscal forense “chatea” contiguo al cadáver mientras hacen la experticia, San Salvador, Col. La Cima, marzo de 2013.

La pobreza

Un 45.3% de la población salvadoreña vive en pobreza, según reveló la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) en su informe anual “Panorama Social de América Latina 2013”. En este informe se puntualiza que la pobreza afecta principalmente a la niñez, ya que El Salvador es uno de los seis países latinoamericanos con mayor pobreza infantil total, es decir un 72%, lo que se traduce a una baja escolaridad, acentuando aun más el círculo interminable de la pobreza y la exclusión social. Según el Ministerio de Economía de El Salvador, a través de la Dirección General de Estadística y Censos (DIGESTYC), la tasa de asistencia escolar para el 2010, fue 32.7% del total de población de 4 años y más.

Un niño, pre adolecente, observa a sus padres “pepenar” (recolección de objetos para reciclar entre la basura), en el botadero a cielo abierto de Cutumay Camones en Santa Ana, octubre de 2012.

La migración

No hay datos que nos den un consolidado exacto de la cantidad de salvadoreños que viven en el exterior, pero se calcula que uno de cada cuatro salvadoreños viven fuera del territorio, según informes también proporcionados por la DIGESTYC, 3 millones 278 mil salvadoreños son migrantes en primera y segunda generación; esta cifra es obtenida por la sumatoria de los datos que manejan los consulados nacionales. 

Desde que se agudizó la guerra a principios de la década de los 80 la cantidad de migrantes se disparó a índices alarmantes. Se destacaron tres formas de migración a nivel general, unos por medio de asilos políticos o como refugiados de guerra. Una segunda manera son los procesos de migración establecidos según el país de destino, obteniendo residencia y posteriormente ciudadanía; y la tercera forma no menos numerosa es la migración de indocumentados, es decir, viajar al margen de la ley de los países de transito y destino, que casi siempre resultan ser México y Estados Unidos respectivamente.

El fenómeno que se dio en la ciudad de Los Ángeles California es particular por este flujo de indocumentados antes mencionado, a lo largo de la década de los 80 viajaron tantos salvadoreños a esta ciudad que terminaron formando casi un “ghetto” en el barrio angelino de "Pico Union", allí los salvadoreños indocumentados formaron sus grupos pandilleriles de auto protección, así como ya era una costumbre en El Salvador, nada más que en esta ciudad se sofisticaron a partir del ejemplo de otras pandillas que los acosaban también, fusionándose dos sub culturas; así se formó la MS-13 y, a su vez, la pandilla 18 absorbió a buena parte de estos salvadoreños, ya que ésta a un principio era conformada por mexicanos.


Los Estados Unidos para mermar su propio problema pandilleril optan por deportar a estos grupos e individuos más conflictivos, los cuales tienen como destino El Salvador  (su país de origen), siendo recibidos con dos pupusas y una soda; y sin tener pendientes con la justicia salvadoreña son liberados, sin tomar en cuenta el delito por lo que fuesen deportados. Sin programas de reinserción ni readaptación migratoria, la mayoría de estos jóvenes terminan siendo delincuentes en potencia, dándole continuidad "transnacional" a la MS-13 y a la Pandilla 18.

Grupo de deportados recibidos en el aeropuerto de Comalapa, abril de 2013.

Formándose así las dos grandes estructuras pandilleriles en El Salvador, subdividiendose en “clicas”, que son células de 15 individuos aproximadamente que operan en barrios determinados al margen de la ley en actividades como: narcotráfico, extorción, robo, sicariato, entre otros. Formando sus propios códigos, lenguaje, iconografía, en otras palabras creando sus vínculos de identidad y sub cultura.

La post-guerra

La guerra civil salvadoreña como conflicto abierto inició desde el levantamiento indígena de 1932 sofocado por el General Maximiliano Hernández Martínez, desde ese periodo se instaló la casta militar con sus formas inhumanas de represión ante los conflictos sociales, mientras las sociedades desarrolladas institucionalizaban los sindicatos y fortalecían los derechos civiles en el trópico latinoamericano se instalaba la violencia estatal como la forma de solucionar los conflictos y contradicciones sociales.

Desde ese momento la sociedad se deshumaniza cada vez más, devaluando los valores morales hasta el punto más agudo del conflicto que fue en la década de los 80, donde los niveles de derechos ciudadanos bajaron tanto que se dieron los fenómenos de éxodos en masas y asentamientos de refugiados en condiciones infrahumanas.

La Comunidad 1º de Diciembre está a las periferias de San Salvador. Sin una política de territorialidad aun existen millones de personas en El Salvador viven en condiciones infrahumanas. Foto tomada en 1999.

Por otra parte las personas afectadas por la guerra (que somos casi todos) jamás recibimos programas de salud mental, las políticas de corte liberal se dedicaron en la década de los 90 a reactivar la economía y a reconstruir la infraestructura dañada por el conflicto, pero no se preocuparon en curar los sufrimientos mentales y sociales provocados por una prolongada guerra civil. 

La inversión social nunca fue más importante que la inversión en los medios tangibles de producción, por eso las carreteras para trasportar productos siempre fueron primero y más onerosas que los programas de vivienda, educación, salud y canasta básica. Los programas de “bienestar” (llamados en otros países como “wellfare” aun son desconocidos en El Salvador).


Ya en la primera década del siglo 21 la falta de inversión en la niñez y juventud, y nulas políticas de readaptación social a los migrantes deportados dispararon los niveles de delincuencia común y organizada, el narcotráfico y los ilícitos fueron más atractivos que las escasas oportunidades para miles de jóvenes, a tal grado que aun con los programas de represión policial llamados “mano dura” y “súper mano dura” de los últimos gobiernos del partido ARENA, más que eclipsar a las pandillas las fortalecieron y provocaron así una nueva evolución de ellas, saliéndose del control de las autoridades y las instituciones del país.

En estos últimos 5 años han penetrados los sistemas sociales, la familia, las escuelas, la policía, el ejército, los órganos judiciales, el comercio, el transporte.

La polarización social

Si bien es cierto con los acuerdos de paz la guerra abierta terminó; sin embargo, la conflictividad entre izquierda y derecha continuó. El odio visceral que se llevan unos a otros resulta ser a veces, más que ideológico, es mas bien cultural. Resentimientos generacionales de ambas extremas, heridas sociales que aun no son curadas provocan una división que impide una visión mutua de país.

Independientemente de la afiliación política de cada quien, la falta de respeto entre antagónicos hace difícil una reconciliación. La propaganda política de las coyunturas electorales es excesivamente provocadora, llegando a alentar a sus militantes a las agresiones físicas. 

Militantes del FMLN y ARENA (los dos principales partidos políticos) en una riña callejera frente a un centro de votaciones en las pasadas elecciones, San Salvador 2 de febrero de 2014.

Finalmente, en conclusión las condiciones de pobreza, la marginación, la poca estrategia educativa y deportiva, son producto de una mala concepción de nuestros patrones culturales, y por ende conductuales e institucionales.

Por eso ante la pregunta del millón, ¿Porqué El Salvador es uno de los países más violentos de mundo? Respondo categóricamente como periodista, pero más aun, como salvadoreño: “porque nuestra cultura está mal trecheada desde hace más de 200 años”, allá por 1820 y 1850 concibieron a la república y su desarrollo social al margen de la población indígena y negra, un craso error de los padres de la patria y que nunca fue corregido a través de la historia.

Siempre se estimuló el estereotipo salvadoreño: durante más criollo era un ciudadano más oportunidades tenía de superarse y durante mas mestizo, mulato o indígena era un individuo tenía menos posibilidades de vivir con dignidad. Este pensamiento se fue arraigando de forma tal que se convirtió en un patrón cultural, y a no corregirse a lo largo de los ciclos históricos desembocan en conflictos sociales a gran escala; mientras no tengamos claridad de este error cultural difícilmente podremos hacer frente a las problemáticas sociales actuales, por eso re conceptualizar nuestros valores culturales resulta ser en este momento más importante que nunca.


PD: Dando una explicación racional y cultural a la vez sobre el macroproblema de la inseguridad decido escribir mi primera obra: Ojo de Venado; una novela que nos ayuda a entender la encrucijada que vivimos.